lunes, 26 de marzo de 2012

Relatos de África (III):Una foto del acantilado

Hoy 26 de marzo de 2012 el cielo ha estado prácticamente cubierto en Madrid capital. Se ha despejado algo al atardecer. Ya me han comentado que el avión de Londres ha aterrizado en Madrid. Tranquiliza saber que los seres queridos ya están en casa. 



La estafeta era un avión del ejército que llegaba a Sidi Ifni todos los martes y jueves de cada semana. Para los que estábamos separados de nuestras casas tres mil kilómetros era un acontecimiento su llegada, porque, sobre todo la estafeta del jueves de la última semana de cada mes venía cargada, además de con el el correo de la península, con la "muna" que traía el dinero que se necesitaba para pagar a todos los diferentes componentes de los distintos tabores del ejército destacado en esta provincia. Aquel jueves no llegó. El cielo amenazaba tormenta y el aeropuerto era poco seguro para que, con una inclemencia así, los pilotos se atrevieran a aterrizar. 


A la clase de tropa no nos importaba mucho pero a los oficiales y suboficiales les resultaba bastante desagradable tener que esperar a que llegara el próximo martes. Seguro que entonces llegaba el dinero. A la clase de tropa nos preocupaba más por el correo.El contacto con los familiares, los amigos y las novias, quienes las tuvieran, sólo podía establecerse a través del correo escrito porque la comunicación por teléfono resultaba bastante cara y no era precisamente el dinero lo que nos sobraba. 


Ese jueves se esperaba con especial interés la llegada de la estafeta porque muchos echábamos en falta la llegada de cartas que solían entregársenos al menos una por semana. Y las tres últimas semanas no había sido así. Las echábamos en falta además porque en los sobres nos solían mandar algún billete de veinticinco pesetas que era nuestro sueldo extra para podernos comprar el bocadillo diario del descanso de la instrucción (casi siempre de sardinillas en aceite a un precio de dos pesetas con cincuenta céntimos) y la  cajetilla de tabaco negro de la marca "Tiradores" que elaboraban en Canarias especialmente para el Grupo de Tiradores de Ifni y que nos tenía que durar toda una semana. Los soldados comenzaron a pensar que algo raro sucedía porque las estafetas de las semanas anteriores habían llegado y aterrizado sin problema , pero el correo no se repartía al finalizar de arriar bandera al caer la tarde. Los furrieles preguntábamos en subayudantía cuál podía ser el motivo por el que el correo no llegaba y se nos informaba, para que así lo informáramos nosotros, de que el correo llegaba puntualmente todas las semanas. Era un inexplicable misterio que había que resolver. 


Como todas las cosas que, aparentemente no tienen solución,  se llegan a solucionar por una verdadera casualidad. 


Estábamos en la cantina charlando y jugando a las cartas cuando se inició un revuelo en la barra. Algo raro estaba sucediendo. Uno de los soldados enseñaba al grupo que estaba junto a él la fotografía de una joven en bañador, con los correspondientes comentarios pasados de tono sobre "lo buenaza que estaba" y las "diabluras que se podrían hacer con semejante hembra". La fotografía corría de mano en mano de quienes formaban el grupo subrayando con risotadas los comentarios. Al llegar a las manos de uno de ellos, éste se enojó sobremanera y le increpó al que había traído la fotografía para enseñarla: "¿Qué haces tú con la foto de mi novia?. ¿De dónde la has cogido?". 


El interpelado le contestó que la había encontrado en la playa, junto al acantilado, y que, además del sobre del que la había cogido, había otros muchos esparcidos entre las rocas. Pronto se comunicó, en la misma cantina, el hecho a uno de los oficiales. Se hicieron las oportunas pesquisas en los días siguientes para tirar del hilo y ver dónde estaba la madeja. Y era como pensábamos ya que podía haber sido. Unos amiguetes el cabo furriel de subayudantía y, compinchados con él, sustraían de cada saca del correo un grupo de sobres para abrirlos y poderse apoderar de los billetes que en ellos pudieran haber sido enviados desde la península.  Luego, una vez inspeccionados, los arrojaban al acantilado desde las vallas de las letrinas. 


La picaresca parece no tener límites. 
Pero lo que sí tiene límites es la justicia militar que, tras la reclusión en los calabozos del cuartel de los soldados implicados y la realización de un juicio sumarísimo, fueron condenados a prisión militar y acabaron el servicio en el castillo de Mahón dos años después de que nos licenciáramos los demás soldados de ese reemplazo.

( Resumido de mis Relatos de África, aún sin publicar)

Frase del día:
"En tus gastos cíñete a tus ingresos y no quieras vivir por encima de tus posibilidades"

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