jueves, 31 de mayo de 2012

Naranjas, pomelos y mandarinas



Siempre recordaré el sabor diferente, sin duda exquisito, de unas mandarinas que un conocido me trajo  de los frutales murcianos de su padre.
"Casi las he tenido que robar", me espetó, al decirle que sería buena idea comercializar estos productos de esa excelente calidad para exportarlos al extranjero. "Ya no es nada nuestro. Por tener, lo único que tenemos es el terreno en que nuestros árboles están plantados pero los frutos que esos árboles producirán en las próximas décadas están hipotecados."
 Se compra la cosecha en el árbol. No importa que el producto sea de una mejor o peor calidad. Se compra y, a precios irrisorios, la cosecha. ¡Qué bien!. Pero el pago de la compra es, en su mayor parte, la amortización de la inversión tecnológica que los ingenieros alemanes han realizado en nuestro campo para hacerlo más productivo. Y ahora entiendo lo que le impedía a ese conocido mío comercializar sus productos. Lo que le obligaba a robar sus propias mandarinas, sus naranjas y sus pomelos.

Esta anécdota sucedía en los años setenta del pasado siglo.
Y ¿qué nos depara para el futuro el actual momento económico que estamos padeciendo?
Lo que realmente, según Europa, nos debe  importar es que seamos conscientes de que más pronto o más temprano nosotros, que hemos tenido siempre a gala producir los mejores cítricos del mundo, si queremos darnos el placer de degustar esos exquisitos frutos se los tendremos que comprar a los alemanes o, lo que produce aún más confusión, deberemos adquirirlos en el mercado marroquí. Porque lo de "las naranjas de la China" o las "naranjas de Guasi" es casi imposible que se puedan transformar en competidores de los "cítricos alemanes" que, de aquí en adelante, dueños y señores de la producción y de los créditos que permitan hacer crecer esa producción, nos los revenderán y nos los van a ofrecer al precio del carísimo euro alemán actual.


Tendré que aguantarme con recordar, de ahora para siempre, aquel sabor de las mandarinas, las naranjas y los pomelos de mi amigo, porque su adquisición en los grandes centros comerciales o en las fruterías de mi barrio me va a resultar, de ahora en adelante, prácticamente imposible.


martes, 15 de mayo de 2012

Lo irresoluble

Lo irresoluble lo es por inesperado.

Cuando se encuentra el ser humano en la necesidad de enfrentarse a situaciones sociales, morales, políticas o económicas que no esperaba, suele verse turbado por el desasosiego  que produce no disponer de unas pautas previas que le ayuden a encarar el problema con alguna posibilidad de éxito.
Lo que más preocupa no es la solución adecuada a la situación planteada. La verdadera preocupación radica en el temor de que la solución que se proponga no consiga erradicar con total éxito el problema.  Se presentan soluciones, sí, pero no son absolutas. Son, la mayoría de las veces, soluciones temporales y parciales. Mitigan lo crudo de la situación pero no pueden extirparla. Cuando, además,estas situaciones son inesperadas es cuando uno se llega a plantear hasta qué punto son ineludibles. Si el problema se presenta de frente, si la situación se espera, si la dificultad se prevee, no atemoriza encontrar la solución. 
Porque la propia obviedad de lo tangible, de lo presente, de lo racional y de lo evidente suele arrastrar, con el propio problema, su solución. Sólo es preciso conocer las aristas que se deben limar, las esquinas que se deben doblar,  las puertas que es preciso franquear para acometer de lleno la lucha para conseguir la total resolución. Se admite la posibilidad de distintos planteamientos para desarrollar adecuadamente el camino que conduce al éxito. Se puede prever la idoneidad de la resolución del problema, hasta puede aventurarse una posible teoría que forme una ley general partiendo de ese caso particular. 
Cuando uno debe sentirse vencido de antemano, antes de comenzar la batalla, es cuando la situación es inesperada. Cualquier intento puede llevar al fracaso y es ésta una de las razones por la que sociólogos, moralistas, políticos y economistas no quieren permitirse correr riesgo alguno. Pueden, pero no quieren y les resulta más sencillo tildar a las situaciones de ineludibles e irresolubles. 
Las élites de la sociedad en la que vivimos deben plantearse como primer fin, por ser un bien primordial, que ninguna situación se puede tildar de ineludible ni de irresoluble dado que todas, hasta las más enrevesadas, son conocidas y, por esta misma razón, esperadas y con su adecuada solución. 

lunes, 7 de mayo de 2012

La honestidad

La honestidad es una calidad humana que consiste en comprometerse y expresarse con coherencia y autenticidad (decir la verdad), de acuerdo con los valores de verdad y justicia. Se trata de vivir de acuerdo a como se piensa y se siente. En su sentido más evidente, la honestidad puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas; en otros sentidos, la honestidad también implica la relación entre el sujeto y los demás, y del sujeto consigo mismo. 
Dado que las intenciones se relacionan estrechamente con la justicia y se relacionan con los conceptos de "honestidad" y "deshonestidad", existe una confusión muy extendida acerca del verdadero sentido del término. Así, no siempre somos conscientes del grado de honestidad o deshonestidad de nuestros actos. El autoengaño hace que perdamos la perspectiva con respecto a la honestidad de los propios actos, obviando todas aquellas visiones que pudieran alterar nuestra decisión.
Es honesto quien respeta las opiniones propias y su comportamiento se ajusta a esas convicciones. 
La honestidad no tiene dobleces. 
La honestidad camina por caminos rectos sin buscar, en modo alguno, cualquier recoveco que pueda ser interesante, aunque deshonesto, para conseguir los fines propios. 
La honestidad respeta a los demás y no permite que nuestra opinión les pueda perjudicar. La honestidad no puede ajustarse nunca a la máxima del "perro del hortelano". La honestidad o come la berza  o la deja comer. Nunca la honestidad debería atreverse a morder la mano de quien le dio de comer. Los perros no son deshonestos. 
La honestidad es narrar a cuantos se interesen por nuestras opiniones los hechos como se ajusten a la realidad. Pero si la realidad, en cualquier momento, puede ofender a algún lector, es preciso que esa verdad se omita. 
No deben tergiversarse los hechos. Nunca. 
Lo honesto no está reñido con lo oportuno ni lo oportuno debe estar nunca en contradicción con lo que se considera honesto. Si, en algún momento, eres consciente de una publicación que manipula la información, debes denunciar su deshonestidad. Si la política es deshonesta debemos denunciar su actuación. 


Si las entidades de cualquier credo son deshonestas, debemos intentar hacer que quienes practican esos credos se retracten de sus opiniones e intenten convencer a sus componentes de la necesidad de abandonarlos. Si los particulares, los responsables de cualquier entidad política o religiosa, los dirigentes sociales y laborales y los altos estamentos no llegan a alcanzar el grado de honestidad que nuestra actual sociedad nos exige, deberían desmarcarse de su actual status y de su decálogo. 

Un decálogo honesto podría ser:

La honestidad es respeto. 
La honestidad es justicia, 
La honestidad es verdad. 
La honestidad es claridad en las exposiciones. 
La honestidad propugna el compañerismo y la amistad como pilares propios. 
La honestidad no excluye a nadie. 
La honestidad es responsabilidad. 
La honestidad es el conocimiento compartido.
La honestidad es el fin y no el medio.
La honestidad es el vehículo en el que se debe desplazar el verdadero desarrollo.


No creo en una sociedad que no crea en el desarrollo. Por eso mismo no puedo creer a quienes nos pretenden vender la intriga, las insidias, el engaño, la palabrería vacía, las cortinas de humo, el "panem et circenses" de la prensa y los medios de comunicación actuales, porque no nos permiten desarrollarnos.
Porque "eso", todo eso,  no es lo honesto.

sábado, 5 de mayo de 2012

Tiranías

Para finalizar este bloque de regímenes políticos voy a presentar algunos conceptos sobre otro de los regímenes que fueron comunes a varias zonas de la cultura greco-romana. No hago referencia alguna a este tipo de régimen que sigue existiendo en la actualidad. No creo que sea conveniente hablar de esos países hasta tanto sea la propia historia quien se encargue de catalogarlos. 

La tiranía (del griego τυραννία), en el sentido que se dio al término en la Grecia antigua, era el régimen de poder absoluto, de ordinario unipersonal, que con frecuencia instauraba el tirano, aquel o aquellos que habían derrocado el gobierno de una ciudad-estado, normalmente gracias al apoyo popular, pero también mediante un golpe de estado militar o una intervención extranjera. Así, el tirano ocupaba el poder no por derecho, sino por la fuerza
Cípselo de Corinto
Para la mentalidad moderna, la tiranía se identifica con un uso abusivo y cruel del poder político que se ha usurpado, pero entre los antiguos griegos, sin embargo, el término no estaba tan cargado de connotaciones peyorativas, y a menudo tenía mucho que ver con la demagogia y el populismo. Para los griegos incluso el término tuvo en principio una connotación positiva y muchos tiranos eran queridos y muy populares entre los ciudadanos de las polis, la metrópolis y las menores que eran administradas por éstas. Con el tiempo las tiranías se convirtieron en un sistema político muy recurrente por autoritaristas que se apoyaban en la nobleza de la ciudad para hacerse con el poder, momento en el cual empezó a odiarse e identificarse con la tiranía moderna.
Periantro de Corinto
Parece que el término “tirano" se aplicó por primera vez a Fidón de Argos y a Cípselo de Corinto. El periodo de esplendor de los regímenes de tiranía fue el siglo VI a. C., cuando muchos gobiernos del Egeo fueron derribados y Persia tuvo ocasión de hacer sus primeras incursiones en Grecia, al buscar diversos tiranos su apoyo para consolidarse en el poder. Pisístrato y sus descendientes, los pisistrátidas (Hipias e Hiparco), son el ejemplo de estos gobernantes para Atenas; Polícrates para Samos, y muchos otros.
Hiparco

La tiranía griega fue fruto de la lucha de las clases populares contra los abusos de la aristocracia y los reyes-sacerdotes, cuyo derecho a gobernar venía sancionado por las tradiciones ancestrales y la mitología. Los tiranos llegaron con frecuencia al poder a través de revueltas populares y gozaron de la simpatía pública como gobernantes, al menos en sus primeros años en el poder. De Pisístrato, por ejemplo, cuenta Aristóteles que eximió de impuestos a un agricultor a causa de lo particularmente infértiles que eran sus tierras, y se dice que Cipselo podía pasear por las calles de Corinto sin escolta de ninguna clase.
Hipias e Hiparco
La tiranía en Sicilia tuvo connotaciones particulares y se prolongó más a causa de la amenaza cartaginesa, lo que facilitó la ascensión de caudillos militares con amplio apoyo popular. Tiranos sicilianos como GelónHierón IHierón IIDionisio el Viejo y Dionisio el Joven mantuvieron cortes fastuosas y fueron mecenas culturales. Se ha señalado que entre los siracusanoss se atribuía el origen etimológico de la palabra "tirano" (bien erróneamente, bien como un juego de palabras), al gentilicio "tirreno", que era el que aplicaban a los etruscos, otros de sus enemigos.
Dionisio El Viejo
En los últimos siglos del I milenio a. C. los autores fueron generalmente menos tolerantes con la tiranía. Aristóteles, que la considera “el peor régimen”, afirma que la mayor parte de los tiranos habían sido demagogos que se ganaron la confianza del pueblo calumniando a los notables.
Critios y Nesiotes
El más famoso tiranicidio de la antigüedad es el efectuado sobre el Pisistrátida Hiparco por los tiranicidas Harmodio y Aristogitón, inmortalizados en una pareja de esculturas atribuidas a Critios y Nesiotes (en torno al 480 a. C.-470 a. C.) que marcan el final del estilo arcaico y el comienzo del clásico. La sublevación contra Tarquinio el Soberbio, a pesar de ser un rex(rey) fue justificada por la naciente República romana como un tiranicidio (no obstante el rey fue expulsado con su familia, no muerto).