lunes, 28 de noviembre de 2016

Anticipos

Yo he vivido muchos momentos de cambios sociales y económicos. Tantos que ya no podría enumerarlos detalladamente.
Viví en el final de los cuarenta del siglo pasado los primeros años de mi infancia.
Creo recordar que en esos años la vida no me privó de nada. Puedo presumir de haber comido todos los días, de merendar no mucho más que un trozo de pan y una onza de chocolate y de ayunar casi todas las noches en las que con un vasito de leche estabas listo para irte a la cama. Y es que no había para más. La ropa, que en otras familias se heredaba de los hermanos mayores, para mi era prácticamente siempre la misma. Al ser hijo único hasta mis trece años cumplidos mis ropas se reducían a unos pantalones para diario y otro para los días de fiesta y unas botas que servían tanto para los inviernos como para el resto de las estaciones del año. 
Ya cerca de los años cincuenta, cuando contaba con cuatro y cinco años, se arregló algo la situación social de mi familia porque  se consiguió un trabajo remunerado tanto en dinero como en especie y mi nutrición y mi vestimenta mejoró notablemente. También durante estos últimos años de los cuarenta superé, afortunadamente, una enfermedad que me tuvo postrado en una hamaca catorce meses con una escayola que me cubría la cintura y toda la pierna izquierda. Pero el tumor que me afectó a la cadera se disolvió con la inmovilización que me facilitó la escayola sin que me haya vuelto a resentir ni verme sumido, como se me diagnosticó, en una cojera progresiva motivada por el deterioro del crecimiento de mis extremidades inferiores. Cuando me quitaron la escayola me vi obligado a volver a aprender a andar. Fue interesante aprender a desplazarme con unas muletas y, poco a poco, conseguir desprenderme de ellas y andar y corretear de nuevo como antes de que se me produjera el tumor tras la caída provocada por el topetazo de un carnero de la vaquería de un vecino. La tenía tomada conmigo hasta que consiguió lo que siempre que me perseguía había querido conseguir: alcanzarme y darme un topetazo.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Hoy es sábado y llueve

Un día lluvioso para recordar.

Todas las entidades comerciales sacándole partido a la campaña del viernes negro.
Estas modas que nos han llegado del otro lado del atlántico, tienen su por qué. Una anticipación a los gastos que se avecinan para las próximas fiestas navideñas se me antojan un chantaje evidente a las necesidades consumistas que nos están creando y en las que, prácticamente todos, nos vemos inmersos. Bien es cierto que si necesitas algún cachivache que pensabas comprar pronto pues es ésta una buena oportunidad para ahorrarte unos cuantos euros.
Necesitaba, hace ya bastante tiempo, renovar el frigorífico e instalar en la cocina un lavavajillas.
Pues ha sido el momento en que me he decidido.
Ya están ambas máquinas en casa.
El frigo está bien. Tiene la capacidad suficiente para las necesidades de almacenamiento de alimentos que en el momento actual tenemos mi esposa y yo.
El lavavajillas aún no lo hemos probado porque lo tenemos que instalar y, a pesar de lo que se crean muchos, encontrar hoy en día un fontanero que lo instale es una aventura. Te puedes encontarr entre las ofertas de estos profesionales unos presupuestos de los más variopintos que se pueda imaginar cualquiera de mis lectores. A algunos dan ganas de colgarles el teléfono, y si no se hace es por ser demasiado cortés, cuando te hablan de precios hora, del importe de los desplazamientos y de los costes de las piezas de fontanería que para esta obra de tres al cuarto se precisan. De risa.
A otros  no se les sonroja la cara al decirte que tienen una agenda muy apretada para realizar esta obra. Estos son de los que por menos de mil euros no se mueven de sus casa. ¡Una agenda muy apretada!, cuando sabes a ciencia cierta que están en el paro y no se comen un rosco. Y que se han acomodado al subsidio de desempleo que resulta mucho más cómodo.
A otros es preciso convencerles de que esta instalación solamente precisa de unos empalmes para trasladar el agua que alimente a la máquina un metro del lugar desde donde se debe alimentar y de esos mismos centímetros de una manguera de desagüe.
Bueno....¡qué contaros!
De todos modos, en honor a la verdad, siempre existe la posibilidad remota de encontrar a algún profesional suficientemente cuerdo como para ajustar los honorarios de su trabajo a unos precios asequibles y razonables. Y ese ha sido mi caso y mi suerte. ¡Menos mal! porque me veía continuando con el fregoteo que diariamente nos ocupa varios minutos diarios a mi señora o a mí.
El próximo lunes lo instala.
Ya os contaré.
Mientras tanto sigue lloviendo.
Bienvenida seas hermana agua.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Después de otro largo silencio

Casi han pasado once meses desde mi última entrada.
He echado de menos sentarme ante el ordenador para continuar con mis comunicaciones periódicas.
Hoy vuelvo a mi puesto de trabajo.

Y qué os tengo que contar? Pocas cosas.
Que soy casi un año mayor. Que aún no se me notan las arrugas en la cara. Que mis ilusiones y deseos siguen siendo los mismos. Que mis amistades también. Que mi familia no se ha vuelto a incrementar. Que las pinturas rpestres no han cambiado ni de color ni de forma. Que las plantas a las que dedico muchos minutos de mi vida diaria siguen , como cada año, dándome envidia de su vigor y longevidad. Que cada segundo veo que, inevitablemente, se va acercando una senectud más decrépita.
Pero aún me queda la esperanza de ver  llegar, de uno en uno, los años que me queden por vivir.
Se me han desmoronado muchos de los castillos de mis ilusiones como se derrumban los  de naipes  que frecuentemente construyo. Es normal. La trayectoria que llevamos impresa nos dice que, sin saber  cuándo ni cómo, el desenlace debe llegar.
Bien venido sea cuando se le antoje sorprenderme.
Mientras tanto seguiré compartiendo con vosotros mis opiniones e inquietudes.

Hoy ha llovido.
Y las tierras de labranza lo deben haber agradecido.
Yo también.