jueves, 26 de noviembre de 2015

Gatos


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A los madrileños se nos llama gatos y no es porque nuestro modo de comunicarnos sea por medio de maullidos. No maullamos. No señor. De vez en cuando hablamos gritando o vociferando o hablando bastante más alto de lo normal. Pero maullar, lo que se dice maullar como un gato en celo no maullamos. No quiero quedarme con la duda sobre el origen de este peculiar modo de llamarnos. Investigando he podido leer que el apodo se remonta al siglo XI. Se ha trasmitido como tradición oral que cuando las tropas de Alfonso VI intentaban conquistar la ciudad de Mayrit (el actual Madrid) y, tras varios intentos fallidos, un día uno de los soldados de las huestes cristianos, ayudado exclusivamente de una daga, trepó rápidamente por la muralla y, una vez arriba, quitó el estandarte árabe que ondeaba en lo alto y en su lugar colocó el estandarte cristiano. Esta hazaña y su rapidez para realizarla hizo exclamar a alguno de la tropa: “ trepa como un gato “. Desde entonces se le conoció por este apodo de “gato”. Y toda su familia heredó como apellido el mismo apodo llegando a ser uno de los apellidos más importantes de Madrid. Pero esto es solamente leyenda. Si alguno de los lectores que siguen mi blog quieren saber la razón verdadera del porqué de este apodo que lea las siguientes líneas para que le cuente de lo que ayer pude ser testigo. Estaba en casa de mi hija disfrutando de los adelantos que mi nieto me mostraba. Tocaba una lata con una maraca, una perfecta batería para él, marcando acertadamente un cierto ritmo que en él es innato, metía con cierta destreza unas bolas de plástico en sus correspondientes agujeros para verlas caer hasta la alfombra por la rampa del juguete, agitaba un globo enorme disfrutando del sonido que se producía al chocarlo contra el suelo, repetía sus recién aprendidas sílabas enlazadas coherentemente “Papáaa, pa, paa, paapáaaa” y “máma, máamaaaa”, miraba absorto los dibujos animados de Bob Esponja del televisor. Hasta aquí todo encantadoramente normal. Pero de repente oyó que se abría la puerta y, al ver entrar a su padre, dándose una vuelta rápida sobre la alfombra comenzó a “gatear” hacia su padre a una velocidad que para él la hubiese querido para escalar la muralla ese soldado al que todos llamaban “gato”. Mi nieto, como todos los bebés madrileños de su edad, sí que son “gatos” de verdad no sólo por su lugar de nacimiento sino por el maravilloso modo que tienen de “gatear”.

martes, 24 de noviembre de 2015

La luna


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Anoche, como hoy, he podido ver con sumo placer una luna totalmente redonda con un cielo azul de fondo, más azul marino que azul cielo. La descubrí al volver de la biblioteca a la que me desplazo prácticamente todos los días para aprovechar la conexión wifi de la que dispone.
Desde aquí es desde donde escribo mis entradas porque el ambiente de silencio es el más adecuado para concentrarse sin que apenas distraiga tu atención y concentración ruido alguno.
No llamó mi atención nada especial porque la vuelta a mi casa fue a buen paso dado el frío que se hacía sentir. No obstante algo me hacía presentir que me iba a comunicar algo especial. La luna. Sí, la luna.
Pasé por la puerta principal de la vivienda que está orientada al suroeste y desde ella no se la divisaba. Tampoco se hacia notar el fulgor de su luz porque las farolas de la carretera, cuando están encendidas, como era el caso, consiguen que desaparezca cualquier posibilidad de contemplar este maravilloso cielo estrellado que observo casi todas las noches para localizar las constelaciones que desde este enclave en el que me encuentro puedo divisar. La Osa Mayor con sus siete puntos luminosos que forman el carro y las tres mulas o el cuerpo de la osa y su cola (Alkaid, Alkor Alioth, Megrez, Phecda, Dubhe y Merak), la Osa Menor con sus tres puntos más brillantes (estrellas Polar, Kochab y Pherkad y otros cuatro puntos de menor luminosidad) y las constelaciones de Draco, Leo, Leo Minor etc. Me es posible esta observación desde el patio interior de la vivienda en el que tengo dispuestas unas lámparas solares con las que reconstruyo en tierra esas constelaciones para traerme a este espacio de mi patio toda la magia que, al estar tan distante allá arriba, no puedo alcanzar.
Como suelo hacer todas las noches por pura rutina, cuando terminé de ver mi serie televisiva favorita (Carlos Rey y Emperador), salí a este patio interior para cerciorarme de que las puertas del garaje y de la cancela estaban bien cerradas. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que me quería decir. Allí arriba estaba ella luminosa, radiante sin el menor atisbo de cualquier halo que pudiera enturbiar su pura belleza. Lo llenaba todo con esa luz potente que pocas noches se puede apreciar. Una luz tan potente que consiguió que todas las lámparas solares que tengo en el patio dejaran de lucir. Como si no quisiera que pudiera disfrutar mientras ella estuviera reinando en la noche de la belleza de las constelaciones del éter ni de las que yo me había fabricado sobre el suelo. Y, en ese momento, al darme cuenta de su poder, recordé aquella estrofa de la poetisa griega Safo:

Las estrellas
alrededor de la hermosa luna
de nuevo esconden su brillante forma
cuando
estando completamente llena
brilla
sobre toda la tierra.

No sólo consiguió que se escondieran esta noche las estrellas del cielo sino que además, de ahí mi admiración y extrañeza, desapareciera la luz de las lámparas y se apagara el cielo que yo me había fabricado y mi deseo de jugar a ser un dios.

lunes, 23 de noviembre de 2015

La castaña


El consumo de las castañas es todo un rito. Cuando lo comparo con el consumo de cualquier otro fruto seco, de un tubérculo o de cualquier otra fruta noto unas notables diferencias.
Además de haber sido un elemento fundamental para la nutrición humana durante muchos siglos en Europa antes de que, tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, se plantara y se consumiera la patata, creo llegar a tener la sensación de que la castaña tiene algo mágico que nos trasmite cuando la degustamos. La patata me resulta más vulgar, aunque deliciosa en cualquiera de los modos en que se cocina. No es por su origen que para los franceses, al ser una raíz, la patata les resultaba más propia de las bestias y animales hasta que Parmentier la dignificó. Pero la castaña, hummmm, la castaña es gloriosa. Cuando se consume es como si en ese momento un cúmulo de sensaciones ocultas ya vividas por todos nuestros ancestros se manifestaran juntas con la primer castaña que pelamos y el primer bocado que le damos. Además no es por coincidencia que el castaño nos de su fruto en otoño. En esa estación del año en la que los días comienzan a ser más cortos, los atardeceres más íntimos por el cromatismo que nos brindan los bosques y los jardines y las puestas de sol y la hora de recogerse se adelanta para disfrutar del placer que nos proporciona el calor del hogar. 
Y es alrededor de ese hogar donde su consumo resulta más placentero. No importa el modo en que se hayan cocinado. Si se han cocido con anisetes la cremosidad de su pulpa resulta muy agradable y sabrosa y más por el suave dulzor que el anís les proporciona. La cocción con los granos de anís o el anís estrellado llena la estancia de un agradable aroma que te empuja a su consumo. Si las has adquirido con la característica de la castaña pilonga su no exagerada dureza te hace disfrutar también de cada bocado. Como puré para acompañar otros platos resulta sumamente práctica y los buenos gurmets aprecian sobremanera los platos con puré de castañas, tanto dulces como salados, porque son ricas en hidratos de carbono pero tienen menos grasas que otros frutos secos.
Pero el modo de consumirlas que a mí me llena de una total satisfacción es cuando antes se han asado.
Y quizás fuera alrededor del hogar o de una fogata encendida en el mismo castañar donde se inventara la castaña asada. Algunas caerían (¿por casualidad?) en el fuego y eclosionarían produciendo el requemado de la corteza ese aroma que invitaba a consumirlas. Claro que no hay que viajar atrás en el tiempo para poder disfrutar ahora de esas mismas sensaciones. Sólo basta con pasear por cualquiera de las avenidas de nuestras ciudades y disfrutar de ese olor que producen al chamuscarse en la chapa agujereada sobre la que se soasan. Y se apresura el paso para llegar al lugar en el que se encuentra la castañera y conseguir un cucurucho con el que calentarse las manos y disfrutar del aroma y del sabor de esas recién asadas castañas. 

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Aún recuerdo mis paseos por la Gran Vía madrileña en esos meses fríos del final del otoño y comienzo del invierno de los años sesenta agarrado a la cintura de mi novia calentándonos las manos con aquel gratificante cucurucho de papel de periódico repleto de castañas calientes.

viernes, 20 de noviembre de 2015

De compras


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Realizar una visita a un centro comercial en el mes de noviembre es estar expuesto a encontrarte con una sensación de acontecimientos que se adelantan al momento en el que esos hechos deberían producirse.
Aún es otoño en el momento en que estoy escribiendo esta entrada (día veinte de noviembre del año 2015) pero para el pequeño y gran comercio solamente existen unas miras crematísticas que aprovechan el deseo que existe en los visitantes de poder sentir y disfrutar antes de tiempo de esas sensaciones que les van a brindar las próximas fiestas navideñas.
Subiendo por las escaleras mecánicas ya te encuentras con múltiples adornos que imitan a tejados con carámbanos de hielo como colgaduras. Los primeros artículos expuestos a las miradas del virtual comprador son los de un consumo no demasiado apropiado para estos días.Posiblemente tu visita al centro estaba motivada porque tu despensa estaba prácticamente vacía y el frigorífico en obras. No era tu deseo detenerte ni ante los adornos para el árbol de navidad ni delante de los pasillos que muestran todo tipo de ingenios y juguetes para el solaz de pequeños y mayores. Pues ahí los tenías delante de tus narices nada más traspasar con tu carro aún vacío los arcos de seguridad de la entrada. Ni tampoco pretendías elegir ningún disfraz de angelito, de Santa Claus o de Papá Noel. Pero ahí estaban animándote a adquirirlos con sus alas blancas, sus barbas también blancas y sus túnicas de colores pastel o sus pantalones, casacas, gorros y esclavinas de un rojo chillón ribeteado de blanco o de pasamanería dorada. Ni (aunque cualquier momento sea el adecuado para su consumo) te esperabas ver expuestos en las bandejas de la pescadería esa tan amplia variedad de mariscos que, además por sus precios, se te antojaban un insulto al pobre poder adquisitivo de tus bolsillos.
Lo cierto es que mi despensa y mi nevera necesitaban de productos para el consumo diario más vulgares y más adecuados a las perentorias necesidades de una familia a la que aún le faltan unos días para el cobro de su nómina del mes de noviembre o de su escasa pensión.
No quise caer en ninguna de esas tentaciones que tan bien adornadas se me presentaban.
Tomé la determinación de mirar hacia otra parte y centrarme exclusivamente en las notas que se me habían facilitado para que realizara la compra. Compré en la charcutería el fiambre que necesitábamos, en la verdulería mis nunca demasiado apreciados y siempre deseados tomates, en la pollería las pechugas de pollo fileteadas, en la frutería las manzanas, peras y plátanos y, aquí me salí de la lista confeccionada, compré unos membrillos y unas castañas para homenajearnos con estos frutos típicos de otoño. Los ojos se me fueron detrás de unas setas y hongos cuyos precios me resultaron prohibitivos. Allí se han quedado tranquilitos en la cesta sin sentir ni la menor duda de que yo los fuera a consumir. Aunque grande era mi deseo.
Compré los lácteos de consumo necesario como la leche y los yogures naturales, desnatados y edulcorados.
Por fin le llegó el turno al pan y galletas para el desayuno. Y a las bebidas, todas cambiadas de sitio e incrementadas en su precio una barbaridad. Colas, refrescos, gaseosas y vino estaban a la vista las de consumo para sibaritas pero las que consumimos la mayor parte de los españolitos de a pié estaban tan cambiadas de sitio que tanto la encargada de la sección como yo hemos recorrido varias veces los pasillos hasta dar con ellas.
Qué fatiga esto de tener que ir a las grandes superficies para realizar la difícil tarea de la compra. Y, por si fuera poco, esa soledad que tienes porque nadie te da cenversación y, si necesitas hablar, tienes que realizar esos necesarios diálogos de besugo entre tú y los garbanzos o las alcachofas.
¡Vivan las tiendecitas pequeñas de mi barrio en las que no eres desconocido para ningún comerciante y cuyos dependientes son capaces de recordar tu nombre!.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Vuelta a los refugios de invierno



En perfecta formación las he visto pasar sobrevolando mi cabeza como suele suceder cuando llegan estas fechas en que preveen, porque les advierte un termómetro interno, que los primeros fríos pronto van a llegar. En la zona en la que han pasado la primavera, el verano y todos los ya gastados días del otoño se va a volver a sentir el frío. Con su llegada, desaparecerán de las charcas y las lagunas los cientos de seres vivos que les sirven de alimento. Se congelarán las aguas, llegarán las nieves, el sol comenzará a sentirse más bajo y más lejano y sus radiaciones oblicuas apenas podrán calentar los sembrados, riachuelos, estanques y lagunas. La vida en ellos entrará en un letargo que durará cuatro largos meses.
De generación en generación se trasmiten las rutas que se han de seguir para llegar al destino deseado en el que pasar el invierno. O las que les hacen volver a sus lugares de cría cuando son conscientes de que la época para aparearse ha llegado y les invita a realizar el viaje de vuelta. No se separan de la trayectoria a seguir ni unos pocos metros.
El macho guía que dirige el vuelo sabe perfectamente el tiempo que debe durar cada etapa del viaje y los lugares exactos en que  tienen que detener su vuelo para pasar la noche, descansar y reponer fuerzas para iniciar una nueva etapa cuando el guía lo considere necesario. La exactitud seguida por todos los componentes de la bandada responde a ese cronómetro ancestral que les impele hacia la migración. 
Su formación en V responde a un conjunto nada despreciable de ventajas para realizar la travesía. El guía no dispone de ayuda alguna de los otros componentes de la bandada. Debe por sí mismo realizar todo el esfuerzo y para ello está dotado de un alto sentido de aprovechamiento de los remolinos de aire caliente que le permiten planear sin tener que batir prácticamente las alas. Las aves que le siguen se aprovechan del remolino de aire ascendente que origina el batir de las alas de quien le precede en la formación por lo que les resulta mucho más cómoda la travesía.
Y se hacen sentir desde lo alto como un aviso para otros posibles navegantes advirtiéndoles de la prioridad de su marcha y trayectoria.
Mantienen la altitud adecuada (superior a veces a un kilómetro) que les libra de los turbios deseos de los cazadores. Los proyectiles de sus armas de fuego no les pueden alcanzar. Otra cosa será que los que conocen los lugares en que va a pernoctar la bandada les esperen agazapados y consigan abatir en pleno vuelo a más de un ejemplar.
Algunos ornitólogos no verán bien este hecho pero es la ley de la conservación de las especies la que permite que estos seres libres y viajeros acaben siendo un suculento manjar para el hombre. 
Sobre todo si la bandada está formada por gansos y patos.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La razón de la sinrazón que a mi razón se hace


Cuando se enfrenta uno a un folio en blanco sin que fluyan las ideas que se quieren trasmitir, es muy recomendable cruzarse de brazos y esperar. En un momento dado deberá saltar la chispa que permita iniciar la narración.
Mucho he leído, muchas noticias se han dado en TV y mucho he escuchado en la radio sobre los últimos acontecimientos acaecidos en París.
Mi opinión al respecto poco valor tiene porque ya se han puesto medallas quienes saben que su opinión tiene el mismo valor que ellos quieren otorgarle. No obstante me gustaría hacer una apreciación al respecto. A cuantos cometen un crimen se les llama criminales aunque solamente sean el brazo ejecutor de una sinrazón nunca justificable que posiblemente otros les han diseñado. Son perfectamente conscientes de la gravedad de sus actos. No pueden engañarse a ellos mismos por mucha justificación que pretendan buscar en ideologías o dictámenes heredados o impuestos. La justificación no puede existir si no es por el deseo de cumplir los mandatos de otros que les permiten zanjar con la vida de varias decenas de congéneres la imposibilidad de conseguir sus objetivos a través del diálogo. Su único argumento para que el resto de los mortales comulguen con su credo es la fuerza. Quien no es convencido por la exégesis de la doctrina del corán por parte de los ulemas ha de ser convencido por las normas de esa yihad menor que la mayor parte de las veces incluye la guerra santa. En sus mandatos se amparan quienes forman a nuevos adeptos consiguiendo trasladar a grupos de jóvenes, posiblemente con ideales nobles, a un mundo de locura en el que cualquier acto de terror tiene justificación.
Hay un conjunto de valores y derechos que son irrenunciables para el ser humano y entre ellos se encuentra el derecho al libre albedrío y a la vida. Todos tenemos la obligación de exigirlos y disfrutar de ellos. Nadie puede subrogarse para él mismo el valor de ser por propia decisión juez y verdugo.
Los atentados de los últimos días no me han producido sólo rabia y un estado de impotencia para que, de una vez por todas, se puedan zanjar las diferencias que nos hacen a los humanos lobos hambrientos e insaciables con la sangre de los componentes de nuestra propia camada. Me han producido más bien asombro y estupor.
La diferencia radical entre los seres irracionales y nosotros es la razón que nos permite hacer uso del razonamiento. Lo difícil es admitir que la razón ha sido suplantada por la sinrazón cuando nuestros razonamientos que esgrimimos a bombo y platillo no tienen base y se caen por su propio peso. Nadie puede ni podrá justificar nunca una campaña que tenga como origen la imposición violenta de unas creencias. Y si la violencia esgrimida tiene como desenlace la muerte propia o ajena estará sobradamente justificado el rechazo hacia tales prácticas y la condena unánime de todo el género humano.
Porque, al menos para mí, no me resulta válido ese aforismo que nuestro ilustre Cervantes pone en boca de Don Quijote : “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace”. Que siendo originales de Feliciano de Silva deberíamos parafraseárlo, como el propio Silva hace, llegando a la conclusión de que esa sinrazón “mi razón enflaquece”.

lunes, 16 de noviembre de 2015

El nido


Nidos en los sueños
Suele suceder cuando realizo la poda de las parras que adornan la fachada nordeste de la casa.
Me suelo encontrar con un nido abandonado en el que o una pareja de verdecillos o de jilgueros ha realizado la puesta de sus huevos.
Bien sea por la proximidad de los que vivimos en la casa se han visto obligados a abandonarlo por miedo a que les desposeyéramos de sus crías o porque, realizado ya todo el ciclo de la puesta de los huevos y la crianza de los polluelos, se había quedado vacío porque ya habían enseñado a sus retoños a emprender el vuelo.
Así me sucedió hace dos veranos.
Veía desde la ventana de la planta superior de la casa una pareja de jilgueros que se solían posar en las ramas más altas de uno de los almendros y desde allí, se dirigían hacia una de las partes del emparrado. 
Pasado un tiempo, observé que solamente era uno el que sobrevolaba las parras y cuando, posado sobre las débiles ramas de la yedra, se cercioraba de que nadie estaba lo suficientemente cerca como para descubrir el lugar en que habían depositado los huevos se acercaba al nido.
En él se posaba para alimentar a su pareja mientras estaba dedicada a la paciente tarea de la incubación o era la hembra quien salía y era sustituída por el macho para realizar el mismo cometido.
Así estuvieron varios días haciendo que sus trinos fueran cada día la ejecución de una cromática filigrana más compleja que los violines de mi eterna emisora de música clásica eran incapaces de reproducir. 
Hasta que los trinos y las idas y venidas ya no eran solamente de uno sino que eran ambos quienes estaban inquietamente ajetreados con otra tarea. 
En el nido se podían ver y oir a dos crías cabezotas y peludas que abrían continuamente sus picos emitiendo un pitidito apenas perceptible para mi oído. Y al instante, desde la picorota del almendro o desde el cercano sombrajo de la yedra, se podía apreciar el nunca imaginable glorioso concierto de trinos del jilguero dispuesto a proveer a sus crías del alimento que le solicitaban.
Una mañana, al estar barriendo la terraza a la que cobija el emparrado, me encontré en el suelo, sin movimiento alguno, a una de las crías. No logré enterarme de si se había caído del nido, si lo había echado fuera de él la madre o si era su compañero de camada que, alimentado más y mejor, lo había precipitado al vacío para poder disponer él de más espacio en el nido y de una más dedicada y exclusiva alimentación.
No le quise enseñar a mi nieto que ya era partícipe del hallazgo del nido a la cría merta y, cuando me preguntó que dónde estaba el otro pajarito, sólo se me ocurrió contestarle que sus padres se lo habían llevado a otro nido porque en ese no cabían los dos.

Pasados unos días la actividad de los padres parecía ser aún mayor. Se trataba de otra etapa de la cría que era tan necesaria como la de la alimentación: debían enseñarle a volar para que pudiera abandonar el nido. 
No disponía de grabadora para dejar plasmados sobre cualquier soporte digital esos emocionantes momentos.

La madre o el padre (vaya usted a saber) saltaban del emparrado a la yedra para volver de nuevo al emparrado. Y luego desde la yedra iniciaban un vuelo corto hasta una ramita baja de la acacia julibrisi cercana a la tapia. 
Con sus idas y venidas le mostraban el recorrido que tenía que hacer.
Por fin un día se decidió y con intervalos mínimos de tiempo, instigado por los vuelos de su progenitor y por sus trinos repetida y admirablemente nerviosos, se atrevió a dar el paso. El colorido de las plumas de la cría eran de una viveza inigualable y el paseo desde las ramas más altas a las más bajas fue un espectáculo sublime que me brindó la naturaleza.
Ese año no volvimos a ver ni a la pareja de jilgueros ni a su cría pero todos los años, como un rito ancestral que se repite de generación en generación, vuelven a aparecer inesperadamente sobre el almendro y sobre el emparrado una pareja de jilgueros.

viernes, 13 de noviembre de 2015

El emparrado



El emparrado, en el momento actual, se me antoja inútil. Requiere de un cuidado tan especial que la recompensa por su uso no es la más adecuada.
Hay que azufrarlo en primavera y a mí siempre se me olvida o las condiciones climatológicas no me lo permiten.

Y pasa lo que pasa: que llegan arrasando el mildiu y el oidio y producen estragos en las hojas y en los pequeños racimos que acaban de nacer.

Si esto no sucede, cuando los racimos ya están dispuestos para su placentero consumo, una legión de avispas hace de las parras su lugar de aprovisionamiento, su cuartel general desde donde amedrentar a cuantos nos sentamos para disfrutar de las sombras que el emparrado nos proporciona. 

Olvídate del necesario y placentero sosiego que proporciona la brisa del atardecer recostado sobre la hamaca para contemplar el vuelo zigzagueante de los murciélagos mientras se dedican a la caza de algún sabroso mosquito. Ahí arriba, amenazantes, están ellas dispuestas a atacar cuando te descuides lo más mínimo.

El caso es que las considero, en cierto modo, necesarias a pesar de sus múltiples impertinencias.

Si me vencieran las tentaciones que se me presentan, arrancaría de cuajo todo el emparrado y con ese hecho desaparecerían con él cuantos problemas ocasiona.

Al fin y al cabo las uvas que me suministra no las consume casi nadie o porque no les gusta o porque no las puede comer por causa del azúcar.

A pesar de todo, mientras este emparrado me sirva para disfrutar de ese verde palio natural sobre mi cabeza, podré experimentar cada nueva primavera el estupor y el placer que me produce volver a ver esas mariposillas recién nacidas, casi transparentes, recubiertas de pelusilla.
Por eso se salva de su desarraigo año tras año.
¿Será igual este año?.

jueves, 12 de noviembre de 2015

El riego


Jardinero profesiones imagenes
Es toda una liturgia.
Las plantas me gritan que sus raíces están dispuestas a recoger todos los alimentos que el suelo al que se aferran les brinda. Que sus tallos están prestos a transportar esa sangre rica en nutrientes hasta la hoja y la flor más diminuta.
Que el verde macilento volverá a reverdecer con todo su brillo y todos sus matices.
Que los frutos que están agazapados deseando henchirse de suculentos sabores no pueden esperar más.
Que desean la lluvia pero ésta no llega.
Que quieren volver a ver al jardinero con su regadera en la mano para sentir de nuevo su ducha vivificante.
Que volverá nuevamente a hacerles más agradable su existencia.
Y el jardinero llega.
Aquel que, a veces, les hace estremecerse de pavor porque de él depende que se sientan amenazadas por una nunca deseada mutilación o por su total exterminio.
No tienen nada que temer.
El ritual comienza.
Siguiendo siempre el mismo orden inicia el riego. Abundante y refrescante para los helechos; preciso y nunca demasiado copioso para los geranios e hibiscos; escaso y muy espaciado en el tiempo para los cactus, los lirios y las aloe vera. prolongado para la acacia de Constantinopla y para los madroños; exiguo, pero suficiente, para el granado enano. Y, como colofón, el abundante y refrescante abanico de chorros de agua de la manguera para las yedras, las madreselvas y pasionarias de los tapiales del jardín.
Cuando el ritual finaliza, todo vuelve a sentirse sosegado y tranquilo y comienzan a exhalar sus perfumes y aromas el romero, el tomillo y la dama de noche.
Su agradecimiento por la frescura que les proporciona el riego es manifiesto.

martes, 10 de noviembre de 2015

Passiflora


 
 
Hace varios años aún disfrutaba del espectáculo que me ofrecían, siempre como comparsa, alguna actuación o invitación para la actuación de otros artistas del entorno en que se desenvolvía uno de mis hijos al que le atacó, quizás demasiado joven, la vena del siempre controvertido mundo de la farándula.

Que estoy de acuerdo. Que la culpa o el orgullo de haber provocado tal ataque fue mío. Porque pensé que la libertad que le brindamos su madre y yo para que accediese a ese entorno, siempre difícil, era la que él quería y la que le iba a permitir forjarse, posiblemente a base de golpes de yunque y de fragua, en esa vocación, nunca de éxitos asegurados, que él había elegido.

Dejando aparte estas vueltas al pasado que a ningún retorno remediable me conducen, aquella fecha del día 12 de julio del 1997, para mí y para muchos seguidores del conflicto del retorno de los presos etarras al país vasco inolvidable, me llevó a descubrir, olvidada aferrándose a las rejas de un desvencijado portalón del pueblo de Hita, al que me había invitado mi hijo para que conociera las jornadas literarias de este pueblo, una planta enredadera que iba a resumir los acontecimientos de esa jornada.

Esa trepadora me estuvo torturando posteriormente durante varios días. Con sus flores que muestran los atributos de la muerte y pasión de Cristo (los tres estambres negros como los clavos de la crucifixión y sus falsos pétalos morados que conforman una perfecta corona de espinas alrededor de los clavos) eran una premonición de lo que en esos momentos estaba sucediendo o iba a suceder en un breve espacio de tiempo.
El hallazgo ocurrió cuando subíamos del palenque en el que se habían efectuado las justas entre las huestes de Don Carnal y Doña Cuaresma. Justas que se celebran en Hita todos los primeros domingos de Julio en homenaje al Arcipreste de esta localidad y a su obra El Libro del Buen Amor.

Pude apreciar un cuchicheo entre algunos de los que íbamos subiendo la cuesta. Se hablaba de que se había encontrado el cuerpo moribundo de Miguel Angel Blanco. Después de trasladarle a la residencia sanitaria de Nuestra Señora de Aránzazu se dió un comunicado del estado de Miguel Angel. Aún se albergaban esperanzas de que pudiera sobrevivir a pesar de los dos impactos de bala que presentaba su cráneo.
Todo fué inútil. El día 13 se dió la noticia de su fallecimiento ocurrido a las cinco de la madrugada.
Nada tiene que ver con los hechos de la leyenda de La Rosa de Pasión de Gustavo Adolfo Bécquer si no es que en ambos acontecimientos (en la leyenda y en el asesinato de Miguel Angel) las muertes se produjeron por una ideología que no supo saber entender la importancia que tiene nuestro libre albedrío y la elección de una postura ante la vida acorde con las libertad de elección que todos deseamos y necesitamos.

Guardé la rosa de pasión que había arrancado de la enredadera de ese portalón de Hita, entre las páginas de un libro de Las Rimas y Leyendas de Bécquer como marcador de esa leyenda del fallido amor de un cristiano y una joven hebrea asesinada por su padre y sus correligionarios en los montes cercanos a Toledo situados al otra lado del río Tajo.
Hoy, releyendo a Bécquer, he encontrado esa flor aplastada y reseca y me he visto obligado a compartir con todos los seguidores de mi blog esta sencilla reseña que no tiene pretensión alguna si no es la de reconocer que es la muerte la única que tiene el poder de acallar los gritos de libre elección que son un derecho inalienable de todo ser humano.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Troncos


 
Los troncos apilados en el fondo del patio, secándose al sol, son
el cementerio de otros tantos árboles o arbustos que, en su momento, fueron.
No hubo compasión. Había que talarlos porque les había llegado su hora.
Posiblemente fueron esbeltos, hermosos y dieron sus frutos o brindaron
su sombra acogedora a un desconocido viandante cansado.
Puede que en su tronco se quisiera inmortalizar la promesa de amor
de dos amantes jóvenes.
Seguro que sus ramas soportaron el nido de una pareja de aves
 y aumentaron con ecos los primeros gorjeos exigentes
de las crías hambrientas.
Su corteza protegió del frío, de las heladas y de los sofocantes calores
a la savia que transportaba la vida a todos sus tejidos.
Nunca se cansó de brindar a hombres y animales el oxígeno que
 elaboraban sus hojas para oxigenar sus pulmones y enriquecer
su sangre de una vida renovada en cada momento.
Nada de esto se va a tener en cuenta.
Cuando llegue el momento el fuego reducirá a cenizas su historia
y su vida.
Para mí todos vosotros no sois solamente un grupo de seres inertes.
 Porque aún guardáis algún deseo que no habéis visto cumplido.
Y, al menos, uno de ellos se cumplirá: calentar, mientras os extinguís,
a algún ser vivo que tirite.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Nubes




Las nubes blancas y luminosas que navegan por el espacio que encuadra mi patio revelan y sugieren semejanzas con objetos o seres que me son familiares.
Alguna me recuerda la cabeza imponente de un león africano con sus feroces fauces de espuma blanca amenazando al azul del cielo que le rodea.
Otra sugiere el fusiforme cuerpo de un cocodrilo del Nilo con el azote algodonoso y débil de su membruda cola deshecha en jirones por la suave fuerza del viento que lo empuja.
Aquella más lejana es un osos blanco emergiendo de las heladas y profundas aguas de su Polo Norte etéreo.
La gris de la derecha me parece ser un soberbio caballo encabritado con sus crines blancuzcas abanicando el viento.
Un muñeco de nieve ,sin chistera ni pajarita ni nariz de zanahoria, se me cuela a través de los huecos que dejan en el emparrado estéril sus hojas inoportunamente verdes, mostrándoseme obsceno, burlón y descarado.
Solamente, cuando pretendo verte reflejada en alguna de ellas, me siento defraudado y, al no encontrarte, me resultan todas vulgares.
Vulgares, grises, impersonales y horriblemente sucias.

La garza real del jardín


Es la espera metálica de la garza del patio su más profunda decepción diaria.
Quiere volar y volar tras el grito de las grullas que pasan.
Pero se aferra al suelo porque así la crearon.
Nació ya condenada al frío del metal, al grito mudo que por mucho que estire su curvilíneo cuello nadie escucha en la noche.
Ni tampoco de día.
Sólo puede soñar. Soñar con las estrellas que desea metálicas.
Y no lo son.
Viven en su fulgor, lejanas a su estático deseo de ser libre.