Quiere volar y volar tras el grito de
las grullas que pasan.
Pero se aferra al suelo porque así la
crearon.
Nació ya condenada al frío del metal,
al grito mudo que por mucho que estire su curvilíneo cuello nadie
escucha en la noche.
Ni tampoco de día.
Sólo puede soñar. Soñar con las
estrellas que desea metálicas.
Y no lo son.
Viven en su fulgor, lejanas a su
estático deseo de ser libre.
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