Realizar
una visita a un centro comercial en el mes de noviembre es estar
expuesto a encontrarte con una sensación de acontecimientos que se
adelantan al momento en el que esos hechos deberían producirse.
Aún
es otoño en el momento en que estoy escribiendo esta entrada (día
veinte de noviembre del año 2015) pero para el pequeño y gran
comercio solamente existen unas miras crematísticas que aprovechan
el deseo que existe en los visitantes de poder sentir y disfrutar
antes de tiempo de esas sensaciones que les van a brindar las
próximas fiestas navideñas.
Subiendo
por las escaleras mecánicas ya te encuentras con múltiples adornos
que imitan a tejados con carámbanos de hielo como colgaduras. Los
primeros artículos expuestos a las miradas del virtual comprador son
los de un consumo no demasiado apropiado para estos días.Posiblemente
tu visita al centro estaba motivada porque tu despensa estaba
prácticamente vacía y el frigorífico en obras. No era tu deseo
detenerte ni ante los adornos para el árbol de navidad ni delante de
los pasillos que muestran todo tipo de ingenios y juguetes para el
solaz de pequeños y mayores. Pues ahí los tenías delante de tus
narices nada más traspasar con tu carro aún vacío los arcos de
seguridad de la entrada. Ni tampoco pretendías elegir ningún
disfraz de angelito, de Santa Claus o de Papá Noel. Pero ahí
estaban animándote a adquirirlos con sus alas blancas, sus barbas
también blancas y sus túnicas de colores pastel o sus pantalones,
casacas, gorros y esclavinas de un rojo chillón ribeteado de blanco
o de pasamanería dorada. Ni (aunque cualquier momento sea el
adecuado para su consumo) te esperabas ver expuestos en las bandejas
de la pescadería esa tan amplia variedad de mariscos que, además
por sus precios, se te antojaban un insulto al pobre poder
adquisitivo de tus bolsillos.
Lo
cierto es que mi despensa y mi nevera necesitaban de productos para
el consumo diario más vulgares y más adecuados a las perentorias
necesidades de una familia a la que aún le faltan unos días para el
cobro de su nómina del mes de noviembre o de su escasa pensión.
No
quise caer en ninguna de esas tentaciones que tan bien adornadas se
me presentaban.
Tomé
la determinación de mirar hacia otra parte y centrarme
exclusivamente en las notas que se me habían facilitado para que
realizara la compra. Compré en la charcutería el fiambre que
necesitábamos, en la verdulería mis nunca demasiado apreciados y
siempre deseados tomates, en la pollería las pechugas de pollo
fileteadas, en la frutería las manzanas, peras y plátanos y, aquí
me salí de la lista confeccionada, compré unos membrillos y unas
castañas para homenajearnos con estos frutos típicos de otoño. Los
ojos se me fueron detrás de unas setas y hongos cuyos precios me
resultaron prohibitivos. Allí se han quedado tranquilitos en la
cesta sin sentir ni la menor duda de que yo los fuera a consumir.
Aunque grande era mi deseo.
Compré
los lácteos de consumo necesario como la leche y los yogures
naturales, desnatados y edulcorados.
Por
fin le llegó el turno al pan y galletas para el desayuno. Y a las
bebidas, todas cambiadas de sitio e incrementadas en su precio una
barbaridad. Colas, refrescos, gaseosas y vino estaban a la vista las
de consumo para sibaritas pero las que consumimos la mayor parte de
los españolitos de a pié estaban tan cambiadas de sitio que tanto
la encargada de la sección como yo hemos recorrido varias veces los
pasillos hasta dar con ellas.
Qué
fatiga esto de tener que ir a las grandes superficies para realizar
la difícil tarea de la compra. Y, por si fuera poco, esa soledad que
tienes porque nadie te da cenversación y, si necesitas hablar,
tienes que realizar esos necesarios diálogos de besugo entre tú y
los garbanzos o las alcachofas.
¡Vivan
las tiendecitas pequeñas de mi barrio en las que no eres desconocido
para ningún comerciante y cuyos dependientes son capaces de recordar
tu nombre!.
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