viernes, 13 de noviembre de 2015

El emparrado



El emparrado, en el momento actual, se me antoja inútil. Requiere de un cuidado tan especial que la recompensa por su uso no es la más adecuada.
Hay que azufrarlo en primavera y a mí siempre se me olvida o las condiciones climatológicas no me lo permiten.

Y pasa lo que pasa: que llegan arrasando el mildiu y el oidio y producen estragos en las hojas y en los pequeños racimos que acaban de nacer.

Si esto no sucede, cuando los racimos ya están dispuestos para su placentero consumo, una legión de avispas hace de las parras su lugar de aprovisionamiento, su cuartel general desde donde amedrentar a cuantos nos sentamos para disfrutar de las sombras que el emparrado nos proporciona. 

Olvídate del necesario y placentero sosiego que proporciona la brisa del atardecer recostado sobre la hamaca para contemplar el vuelo zigzagueante de los murciélagos mientras se dedican a la caza de algún sabroso mosquito. Ahí arriba, amenazantes, están ellas dispuestas a atacar cuando te descuides lo más mínimo.

El caso es que las considero, en cierto modo, necesarias a pesar de sus múltiples impertinencias.

Si me vencieran las tentaciones que se me presentan, arrancaría de cuajo todo el emparrado y con ese hecho desaparecerían con él cuantos problemas ocasiona.

Al fin y al cabo las uvas que me suministra no las consume casi nadie o porque no les gusta o porque no las puede comer por causa del azúcar.

A pesar de todo, mientras este emparrado me sirva para disfrutar de ese verde palio natural sobre mi cabeza, podré experimentar cada nueva primavera el estupor y el placer que me produce volver a ver esas mariposillas recién nacidas, casi transparentes, recubiertas de pelusilla.
Por eso se salva de su desarraigo año tras año.
¿Será igual este año?.

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