jueves, 26 de noviembre de 2015

Gatos


Resultado de imagen de gatos
A los madrileños se nos llama gatos y no es porque nuestro modo de comunicarnos sea por medio de maullidos. No maullamos. No señor. De vez en cuando hablamos gritando o vociferando o hablando bastante más alto de lo normal. Pero maullar, lo que se dice maullar como un gato en celo no maullamos. No quiero quedarme con la duda sobre el origen de este peculiar modo de llamarnos. Investigando he podido leer que el apodo se remonta al siglo XI. Se ha trasmitido como tradición oral que cuando las tropas de Alfonso VI intentaban conquistar la ciudad de Mayrit (el actual Madrid) y, tras varios intentos fallidos, un día uno de los soldados de las huestes cristianos, ayudado exclusivamente de una daga, trepó rápidamente por la muralla y, una vez arriba, quitó el estandarte árabe que ondeaba en lo alto y en su lugar colocó el estandarte cristiano. Esta hazaña y su rapidez para realizarla hizo exclamar a alguno de la tropa: “ trepa como un gato “. Desde entonces se le conoció por este apodo de “gato”. Y toda su familia heredó como apellido el mismo apodo llegando a ser uno de los apellidos más importantes de Madrid. Pero esto es solamente leyenda. Si alguno de los lectores que siguen mi blog quieren saber la razón verdadera del porqué de este apodo que lea las siguientes líneas para que le cuente de lo que ayer pude ser testigo. Estaba en casa de mi hija disfrutando de los adelantos que mi nieto me mostraba. Tocaba una lata con una maraca, una perfecta batería para él, marcando acertadamente un cierto ritmo que en él es innato, metía con cierta destreza unas bolas de plástico en sus correspondientes agujeros para verlas caer hasta la alfombra por la rampa del juguete, agitaba un globo enorme disfrutando del sonido que se producía al chocarlo contra el suelo, repetía sus recién aprendidas sílabas enlazadas coherentemente “Papáaa, pa, paa, paapáaaa” y “máma, máamaaaa”, miraba absorto los dibujos animados de Bob Esponja del televisor. Hasta aquí todo encantadoramente normal. Pero de repente oyó que se abría la puerta y, al ver entrar a su padre, dándose una vuelta rápida sobre la alfombra comenzó a “gatear” hacia su padre a una velocidad que para él la hubiese querido para escalar la muralla ese soldado al que todos llamaban “gato”. Mi nieto, como todos los bebés madrileños de su edad, sí que son “gatos” de verdad no sólo por su lugar de nacimiento sino por el maravilloso modo que tienen de “gatear”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario