A los madrileños se nos
llama gatos y no es porque nuestro modo de comunicarnos sea por medio
de maullidos. No maullamos. No señor. De vez en cuando hablamos
gritando o vociferando o hablando bastante más alto de lo normal.
Pero maullar, lo que se dice maullar como un gato en celo no
maullamos. No quiero quedarme con la duda sobre el origen de este
peculiar modo de llamarnos. Investigando he podido leer que el apodo
se remonta al siglo XI. Se ha trasmitido como tradición oral que
cuando las tropas de Alfonso VI intentaban conquistar la ciudad de
Mayrit (el actual Madrid) y, tras varios intentos fallidos, un día
uno de los soldados de las huestes cristianos, ayudado exclusivamente
de una daga, trepó rápidamente por la muralla y, una vez arriba,
quitó el estandarte árabe que ondeaba en lo alto y en su lugar
colocó el estandarte cristiano. Esta hazaña y su rapidez para
realizarla hizo exclamar a alguno de la tropa: “ trepa como un gato
“. Desde entonces se le conoció por este apodo de “gato”. Y
toda su familia heredó como apellido el mismo apodo llegando a ser
uno de los apellidos más importantes de Madrid. Pero esto es
solamente leyenda. Si alguno de los lectores que siguen mi blog
quieren saber la razón verdadera del porqué de este apodo que lea
las siguientes líneas para que le cuente de lo que ayer pude ser
testigo. Estaba en casa de mi hija disfrutando de los adelantos que
mi nieto me mostraba. Tocaba una lata con una maraca, una perfecta
batería para él, marcando acertadamente un cierto ritmo que en él
es innato, metía con cierta destreza unas bolas de plástico en sus
correspondientes agujeros para verlas caer hasta la alfombra por la
rampa del juguete, agitaba un globo enorme disfrutando del sonido que
se producía al chocarlo contra el suelo, repetía sus recién
aprendidas sílabas enlazadas coherentemente “Papáaa, pa, paa,
paapáaaa” y “máma, máamaaaa”, miraba absorto los dibujos
animados de Bob Esponja del televisor. Hasta aquí todo
encantadoramente normal. Pero de repente oyó que se abría la puerta
y, al ver entrar a su padre, dándose una vuelta rápida sobre la
alfombra comenzó a “gatear” hacia su padre a una velocidad que
para él la hubiese querido para escalar la muralla ese soldado al
que todos llamaban “gato”. Mi nieto, como todos los bebés
madrileños de su edad, sí que son “gatos” de verdad no sólo
por su lugar de nacimiento sino por el maravilloso modo que tienen
de “gatear”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario