lunes, 9 de noviembre de 2015

Troncos


 
Los troncos apilados en el fondo del patio, secándose al sol, son
el cementerio de otros tantos árboles o arbustos que, en su momento, fueron.
No hubo compasión. Había que talarlos porque les había llegado su hora.
Posiblemente fueron esbeltos, hermosos y dieron sus frutos o brindaron
su sombra acogedora a un desconocido viandante cansado.
Puede que en su tronco se quisiera inmortalizar la promesa de amor
de dos amantes jóvenes.
Seguro que sus ramas soportaron el nido de una pareja de aves
 y aumentaron con ecos los primeros gorjeos exigentes
de las crías hambrientas.
Su corteza protegió del frío, de las heladas y de los sofocantes calores
a la savia que transportaba la vida a todos sus tejidos.
Nunca se cansó de brindar a hombres y animales el oxígeno que
 elaboraban sus hojas para oxigenar sus pulmones y enriquecer
su sangre de una vida renovada en cada momento.
Nada de esto se va a tener en cuenta.
Cuando llegue el momento el fuego reducirá a cenizas su historia
y su vida.
Para mí todos vosotros no sois solamente un grupo de seres inertes.
 Porque aún guardáis algún deseo que no habéis visto cumplido.
Y, al menos, uno de ellos se cumplirá: calentar, mientras os extinguís,
a algún ser vivo que tirite.

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