jueves, 19 de noviembre de 2015

Vuelta a los refugios de invierno



En perfecta formación las he visto pasar sobrevolando mi cabeza como suele suceder cuando llegan estas fechas en que preveen, porque les advierte un termómetro interno, que los primeros fríos pronto van a llegar. En la zona en la que han pasado la primavera, el verano y todos los ya gastados días del otoño se va a volver a sentir el frío. Con su llegada, desaparecerán de las charcas y las lagunas los cientos de seres vivos que les sirven de alimento. Se congelarán las aguas, llegarán las nieves, el sol comenzará a sentirse más bajo y más lejano y sus radiaciones oblicuas apenas podrán calentar los sembrados, riachuelos, estanques y lagunas. La vida en ellos entrará en un letargo que durará cuatro largos meses.
De generación en generación se trasmiten las rutas que se han de seguir para llegar al destino deseado en el que pasar el invierno. O las que les hacen volver a sus lugares de cría cuando son conscientes de que la época para aparearse ha llegado y les invita a realizar el viaje de vuelta. No se separan de la trayectoria a seguir ni unos pocos metros.
El macho guía que dirige el vuelo sabe perfectamente el tiempo que debe durar cada etapa del viaje y los lugares exactos en que  tienen que detener su vuelo para pasar la noche, descansar y reponer fuerzas para iniciar una nueva etapa cuando el guía lo considere necesario. La exactitud seguida por todos los componentes de la bandada responde a ese cronómetro ancestral que les impele hacia la migración. 
Su formación en V responde a un conjunto nada despreciable de ventajas para realizar la travesía. El guía no dispone de ayuda alguna de los otros componentes de la bandada. Debe por sí mismo realizar todo el esfuerzo y para ello está dotado de un alto sentido de aprovechamiento de los remolinos de aire caliente que le permiten planear sin tener que batir prácticamente las alas. Las aves que le siguen se aprovechan del remolino de aire ascendente que origina el batir de las alas de quien le precede en la formación por lo que les resulta mucho más cómoda la travesía.
Y se hacen sentir desde lo alto como un aviso para otros posibles navegantes advirtiéndoles de la prioridad de su marcha y trayectoria.
Mantienen la altitud adecuada (superior a veces a un kilómetro) que les libra de los turbios deseos de los cazadores. Los proyectiles de sus armas de fuego no les pueden alcanzar. Otra cosa será que los que conocen los lugares en que va a pernoctar la bandada les esperen agazapados y consigan abatir en pleno vuelo a más de un ejemplar.
Algunos ornitólogos no verán bien este hecho pero es la ley de la conservación de las especies la que permite que estos seres libres y viajeros acaben siendo un suculento manjar para el hombre. 
Sobre todo si la bandada está formada por gansos y patos.

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