Las nubes blancas y luminosas que navegan por el espacio que encuadra mi patio revelan y sugieren semejanzas con objetos o seres que me son familiares.
Alguna me recuerda la cabeza imponente
de un león africano con sus feroces fauces de espuma blanca
amenazando al azul del cielo que le rodea.
Otra sugiere el fusiforme cuerpo de un
cocodrilo del Nilo con el azote algodonoso y débil de su membruda
cola deshecha en jirones por la suave fuerza del viento que lo
empuja.
Aquella más lejana es un osos blanco
emergiendo de las heladas y profundas aguas de su Polo Norte etéreo.
La gris de la derecha me parece ser un
soberbio caballo encabritado con sus crines blancuzcas abanicando el
viento.
Un muñeco de nieve ,sin chistera ni
pajarita ni nariz de zanahoria, se me cuela a través de los huecos
que dejan en el emparrado estéril sus hojas inoportunamente
verdes, mostrándoseme obsceno, burlón y descarado.
Solamente, cuando pretendo verte
reflejada en alguna de ellas, me siento defraudado y, al no
encontrarte, me resultan todas vulgares.
Vulgares, grises, impersonales y
horriblemente sucias.
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