lunes, 23 de noviembre de 2015

La castaña


El consumo de las castañas es todo un rito. Cuando lo comparo con el consumo de cualquier otro fruto seco, de un tubérculo o de cualquier otra fruta noto unas notables diferencias.
Además de haber sido un elemento fundamental para la nutrición humana durante muchos siglos en Europa antes de que, tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, se plantara y se consumiera la patata, creo llegar a tener la sensación de que la castaña tiene algo mágico que nos trasmite cuando la degustamos. La patata me resulta más vulgar, aunque deliciosa en cualquiera de los modos en que se cocina. No es por su origen que para los franceses, al ser una raíz, la patata les resultaba más propia de las bestias y animales hasta que Parmentier la dignificó. Pero la castaña, hummmm, la castaña es gloriosa. Cuando se consume es como si en ese momento un cúmulo de sensaciones ocultas ya vividas por todos nuestros ancestros se manifestaran juntas con la primer castaña que pelamos y el primer bocado que le damos. Además no es por coincidencia que el castaño nos de su fruto en otoño. En esa estación del año en la que los días comienzan a ser más cortos, los atardeceres más íntimos por el cromatismo que nos brindan los bosques y los jardines y las puestas de sol y la hora de recogerse se adelanta para disfrutar del placer que nos proporciona el calor del hogar. 
Y es alrededor de ese hogar donde su consumo resulta más placentero. No importa el modo en que se hayan cocinado. Si se han cocido con anisetes la cremosidad de su pulpa resulta muy agradable y sabrosa y más por el suave dulzor que el anís les proporciona. La cocción con los granos de anís o el anís estrellado llena la estancia de un agradable aroma que te empuja a su consumo. Si las has adquirido con la característica de la castaña pilonga su no exagerada dureza te hace disfrutar también de cada bocado. Como puré para acompañar otros platos resulta sumamente práctica y los buenos gurmets aprecian sobremanera los platos con puré de castañas, tanto dulces como salados, porque son ricas en hidratos de carbono pero tienen menos grasas que otros frutos secos.
Pero el modo de consumirlas que a mí me llena de una total satisfacción es cuando antes se han asado.
Y quizás fuera alrededor del hogar o de una fogata encendida en el mismo castañar donde se inventara la castaña asada. Algunas caerían (¿por casualidad?) en el fuego y eclosionarían produciendo el requemado de la corteza ese aroma que invitaba a consumirlas. Claro que no hay que viajar atrás en el tiempo para poder disfrutar ahora de esas mismas sensaciones. Sólo basta con pasear por cualquiera de las avenidas de nuestras ciudades y disfrutar de ese olor que producen al chamuscarse en la chapa agujereada sobre la que se soasan. Y se apresura el paso para llegar al lugar en el que se encuentra la castañera y conseguir un cucurucho con el que calentarse las manos y disfrutar del aroma y del sabor de esas recién asadas castañas. 

Resultado de imagen de Castañas
Aún recuerdo mis paseos por la Gran Vía madrileña en esos meses fríos del final del otoño y comienzo del invierno de los años sesenta agarrado a la cintura de mi novia calentándonos las manos con aquel gratificante cucurucho de papel de periódico repleto de castañas calientes.

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