El
consumo de las castañas es todo un rito. Cuando lo comparo con el
consumo de cualquier otro fruto seco, de un tubérculo o de cualquier
otra fruta noto unas notables diferencias.
Además
de haber sido un elemento fundamental para la nutrición humana
durante muchos siglos en Europa antes de que, tras el descubrimiento
del Nuevo Mundo, se plantara y se consumiera la patata, creo llegar a
tener la sensación de que la castaña tiene algo mágico que nos
trasmite cuando la degustamos. La patata me resulta más vulgar,
aunque deliciosa en cualquiera de los modos en que se cocina. No es
por su origen que para los franceses, al ser una raíz, la patata les
resultaba más propia de las bestias y animales hasta que Parmentier
la dignificó. Pero la castaña, hummmm, la castaña es gloriosa.
Cuando se consume es como si en ese momento un cúmulo de sensaciones
ocultas ya vividas por todos nuestros ancestros se manifestaran
juntas con la primer castaña que pelamos y el primer bocado que le
damos. Además no es por coincidencia que el castaño nos de su fruto
en otoño. En esa estación del año en la que los días comienzan a
ser más cortos, los atardeceres más íntimos por el cromatismo que
nos brindan los bosques y los jardines y las puestas de sol y la hora
de recogerse se adelanta para disfrutar del placer que nos
proporciona el calor del hogar.
Y
es alrededor de ese hogar donde su consumo resulta más placentero.
No importa el modo en que se hayan cocinado. Si se han cocido con
anisetes la cremosidad de su pulpa resulta muy agradable y sabrosa y
más por el suave dulzor que el anís les proporciona. La cocción
con los granos de anís o el anís estrellado llena la estancia de un
agradable aroma que te empuja a su consumo. Si las has adquirido con
la característica de la castaña pilonga su no exagerada dureza te
hace disfrutar también de cada bocado. Como puré para acompañar
otros platos resulta sumamente práctica y los buenos gurmets
aprecian sobremanera los platos con puré de castañas, tanto dulces
como salados, porque son ricas en hidratos de carbono pero tienen
menos grasas que otros frutos secos.
Pero
el modo de consumirlas que a mí me llena de una total satisfacción
es cuando antes se han asado.
Y
quizás fuera alrededor del hogar o de una fogata encendida en el
mismo castañar donde se inventara la castaña asada. Algunas caerían
(¿por casualidad?) en el fuego y eclosionarían produciendo el
requemado de la corteza ese aroma que invitaba a consumirlas. Claro
que no hay que viajar atrás en el tiempo para poder disfrutar ahora
de esas mismas sensaciones. Sólo basta con pasear por cualquiera de
las avenidas de nuestras ciudades y disfrutar de ese olor que
producen al chamuscarse en la chapa agujereada sobre la que se
soasan. Y se apresura el paso para llegar al lugar en el que se
encuentra la castañera y conseguir un cucurucho con el que
calentarse las manos y disfrutar del aroma y del sabor de esas recién
asadas castañas.
Aún
recuerdo mis paseos por la Gran Vía madrileña en esos meses fríos
del final del otoño y comienzo del invierno de los años sesenta
agarrado a la cintura de mi novia calentándonos las manos con aquel
gratificante cucurucho de papel de periódico repleto de castañas
calientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario