Anoche, como hoy, he
podido ver con sumo placer una luna totalmente redonda con un cielo
azul de fondo, más azul marino que azul cielo. La descubrí al
volver de la biblioteca a la que me desplazo prácticamente todos
los días para aprovechar la conexión wifi de la que dispone.
Desde aquí es desde
donde escribo mis entradas porque el ambiente de silencio es el más
adecuado para concentrarse sin que apenas distraiga tu atención y
concentración ruido alguno.
No llamó mi atención
nada especial porque la vuelta a mi casa fue a buen paso dado el frío
que se hacía sentir. No obstante algo me hacía presentir que me iba
a comunicar algo especial. La luna. Sí, la luna.
Pasé por la puerta
principal de la vivienda que está orientada al suroeste y desde ella
no se la divisaba. Tampoco se hacia notar el fulgor de su luz porque
las farolas de la carretera, cuando están encendidas, como era el
caso, consiguen que desaparezca cualquier posibilidad de contemplar
este maravilloso cielo estrellado que observo casi todas las noches
para localizar las constelaciones que desde este enclave en el que me
encuentro puedo divisar. La Osa Mayor con sus siete puntos luminosos
que forman el carro y las tres mulas o el cuerpo de la osa y su cola
(Alkaid, Alkor Alioth, Megrez, Phecda, Dubhe y Merak), la Osa Menor
con sus tres puntos más brillantes (estrellas Polar, Kochab y
Pherkad y otros cuatro puntos de menor luminosidad) y las
constelaciones de Draco, Leo, Leo Minor etc. Me es posible esta
observación desde el patio interior de la vivienda en el que tengo
dispuestas unas lámparas solares con las que reconstruyo en tierra
esas constelaciones para traerme a este espacio de mi patio toda la
magia que, al estar tan distante allá arriba, no puedo alcanzar.
Como suelo hacer todas
las noches por pura rutina, cuando terminé de ver mi serie
televisiva favorita (Carlos Rey y Emperador), salí a este patio
interior para cerciorarme de que las puertas del garaje y de la
cancela estaban bien cerradas. Y fue en ese momento cuando me di
cuenta de lo que me quería decir. Allí arriba estaba ella luminosa,
radiante sin el menor atisbo de cualquier halo que pudiera enturbiar
su pura belleza. Lo llenaba todo con esa luz potente que pocas noches
se puede apreciar. Una luz tan potente que consiguió que todas las
lámparas solares que tengo en el patio dejaran de lucir. Como si no
quisiera que pudiera disfrutar mientras ella estuviera reinando en la
noche de la belleza de las constelaciones del éter ni de las que yo
me había fabricado sobre el suelo. Y, en ese momento, al darme
cuenta de su poder, recordé aquella estrofa de la poetisa griega
Safo:
Las estrellas
alrededor de la hermosa
luna
de nuevo esconden su
brillante forma
cuando
estando completamente
llena
brilla
sobre toda la tierra.
No sólo consiguió que
se escondieran esta noche las estrellas del cielo sino que además,
de ahí mi admiración y extrañeza, desapareciera la luz de las lámparas y se
apagara el cielo que yo me había fabricado y mi deseo de jugar a ser
un dios.
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