Hace varios años aún
disfrutaba del espectáculo que me ofrecían, siempre como comparsa,
alguna actuación o invitación para la actuación de otros artistas
del entorno en que se desenvolvía uno de mis hijos al que le atacó,
quizás demasiado joven, la vena del siempre controvertido mundo de
la farándula.
Que estoy de acuerdo. Que
la culpa o el orgullo de haber provocado tal ataque fue mío. Porque
pensé que la libertad que le brindamos su madre y yo para que
accediese a ese entorno, siempre difícil, era la que él quería y
la que le iba a permitir forjarse, posiblemente a base de golpes de
yunque y de fragua, en esa vocación, nunca de éxitos asegurados,
que él había elegido.
Dejando aparte estas
vueltas al pasado que a ningún retorno remediable me conducen,
aquella fecha del día 12 de julio del 1997, para mí y para
muchos seguidores del conflicto del retorno de los presos etarras al
país vasco inolvidable, me llevó a descubrir, olvidada aferrándose
a las rejas de un desvencijado portalón del pueblo de Hita, al que
me había invitado mi hijo para que conociera las jornadas literarias
de este pueblo, una planta enredadera que iba a resumir los
acontecimientos de esa jornada.
Esa trepadora me estuvo
torturando posteriormente durante varios días. Con sus flores que
muestran los atributos de la muerte y pasión de Cristo (los tres
estambres negros como los clavos de la crucifixión y sus falsos
pétalos morados que conforman una perfecta corona de espinas
alrededor de los clavos) eran una premonición de lo que en esos
momentos estaba sucediendo o iba a suceder en un breve espacio de
tiempo.
El hallazgo ocurrió
cuando subíamos del palenque en el que se habían efectuado las
justas entre las huestes de Don Carnal y Doña Cuaresma. Justas que
se celebran en Hita todos los primeros domingos de Julio en homenaje
al Arcipreste de esta localidad y a su obra El Libro del Buen Amor.
Pude apreciar un
cuchicheo entre algunos de los que íbamos subiendo la cuesta. Se
hablaba de que se había encontrado el cuerpo moribundo de Miguel
Angel Blanco. Después de trasladarle a la residencia sanitaria de
Nuestra Señora de Aránzazu se dió un comunicado del estado de
Miguel Angel. Aún se albergaban esperanzas de que pudiera sobrevivir
a pesar de los dos impactos de bala que presentaba su cráneo.
Todo fué inútil. El día
13 se dió la noticia de su fallecimiento ocurrido a las cinco de la
madrugada.
Nada tiene que ver con
los hechos de la leyenda de La Rosa de Pasión de Gustavo Adolfo
Bécquer si no es que en ambos acontecimientos (en la leyenda y en el
asesinato de Miguel Angel) las muertes se produjeron por una
ideología que no supo saber entender la importancia que tiene
nuestro libre albedrío y la elección de una postura ante la vida
acorde con las libertad de elección que todos deseamos y
necesitamos.
Guardé la rosa de pasión
que había arrancado de la enredadera de ese portalón de Hita, entre
las páginas de un libro de Las Rimas y Leyendas de Bécquer como
marcador de esa leyenda del fallido amor de un cristiano y una joven
hebrea asesinada por su padre y sus correligionarios en los montes
cercanos a Toledo situados al otra lado del río Tajo.
Hoy, releyendo a Bécquer,
he encontrado esa flor aplastada y reseca y me he visto obligado a
compartir con todos los seguidores de mi blog esta sencilla reseña
que no tiene pretensión alguna si no es la de reconocer que es la
muerte la única que tiene el poder de acallar los gritos de libre
elección que son un derecho inalienable de todo ser humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario