miércoles, 18 de noviembre de 2015

La razón de la sinrazón que a mi razón se hace


Cuando se enfrenta uno a un folio en blanco sin que fluyan las ideas que se quieren trasmitir, es muy recomendable cruzarse de brazos y esperar. En un momento dado deberá saltar la chispa que permita iniciar la narración.
Mucho he leído, muchas noticias se han dado en TV y mucho he escuchado en la radio sobre los últimos acontecimientos acaecidos en París.
Mi opinión al respecto poco valor tiene porque ya se han puesto medallas quienes saben que su opinión tiene el mismo valor que ellos quieren otorgarle. No obstante me gustaría hacer una apreciación al respecto. A cuantos cometen un crimen se les llama criminales aunque solamente sean el brazo ejecutor de una sinrazón nunca justificable que posiblemente otros les han diseñado. Son perfectamente conscientes de la gravedad de sus actos. No pueden engañarse a ellos mismos por mucha justificación que pretendan buscar en ideologías o dictámenes heredados o impuestos. La justificación no puede existir si no es por el deseo de cumplir los mandatos de otros que les permiten zanjar con la vida de varias decenas de congéneres la imposibilidad de conseguir sus objetivos a través del diálogo. Su único argumento para que el resto de los mortales comulguen con su credo es la fuerza. Quien no es convencido por la exégesis de la doctrina del corán por parte de los ulemas ha de ser convencido por las normas de esa yihad menor que la mayor parte de las veces incluye la guerra santa. En sus mandatos se amparan quienes forman a nuevos adeptos consiguiendo trasladar a grupos de jóvenes, posiblemente con ideales nobles, a un mundo de locura en el que cualquier acto de terror tiene justificación.
Hay un conjunto de valores y derechos que son irrenunciables para el ser humano y entre ellos se encuentra el derecho al libre albedrío y a la vida. Todos tenemos la obligación de exigirlos y disfrutar de ellos. Nadie puede subrogarse para él mismo el valor de ser por propia decisión juez y verdugo.
Los atentados de los últimos días no me han producido sólo rabia y un estado de impotencia para que, de una vez por todas, se puedan zanjar las diferencias que nos hacen a los humanos lobos hambrientos e insaciables con la sangre de los componentes de nuestra propia camada. Me han producido más bien asombro y estupor.
La diferencia radical entre los seres irracionales y nosotros es la razón que nos permite hacer uso del razonamiento. Lo difícil es admitir que la razón ha sido suplantada por la sinrazón cuando nuestros razonamientos que esgrimimos a bombo y platillo no tienen base y se caen por su propio peso. Nadie puede ni podrá justificar nunca una campaña que tenga como origen la imposición violenta de unas creencias. Y si la violencia esgrimida tiene como desenlace la muerte propia o ajena estará sobradamente justificado el rechazo hacia tales prácticas y la condena unánime de todo el género humano.
Porque, al menos para mí, no me resulta válido ese aforismo que nuestro ilustre Cervantes pone en boca de Don Quijote : “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace”. Que siendo originales de Feliciano de Silva deberíamos parafraseárlo, como el propio Silva hace, llegando a la conclusión de que esa sinrazón “mi razón enflaquece”.

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