Cuando
se enfrenta uno a un folio en blanco sin que fluyan las ideas que se
quieren trasmitir, es muy recomendable cruzarse de brazos y esperar.
En un momento dado deberá saltar la chispa que permita iniciar la
narración.
Mucho
he leído, muchas noticias se han dado en TV y mucho he escuchado en
la radio sobre los últimos acontecimientos acaecidos en París.
Mi
opinión al respecto poco valor tiene porque ya se han puesto
medallas quienes saben que su opinión tiene el mismo valor que ellos
quieren otorgarle. No obstante me gustaría hacer una apreciación al
respecto. A cuantos cometen un crimen se les llama criminales aunque
solamente sean el brazo ejecutor de una sinrazón nunca justificable
que posiblemente otros les han diseñado. Son perfectamente
conscientes de la gravedad de sus actos. No pueden engañarse a ellos
mismos por mucha justificación que pretendan buscar en ideologías o
dictámenes heredados o impuestos. La justificación no puede existir
si no es por el deseo de cumplir los mandatos de otros que les
permiten zanjar con la vida de varias decenas de congéneres la
imposibilidad de conseguir sus objetivos a través del diálogo. Su
único argumento para que el resto de los mortales comulguen con su
credo es la fuerza. Quien no es convencido por la exégesis de la
doctrina del corán por parte de los ulemas ha de ser convencido por
las normas de esa yihad menor que la mayor parte de las veces incluye
la guerra santa. En sus mandatos se amparan quienes forman a nuevos
adeptos consiguiendo trasladar a grupos de jóvenes, posiblemente con
ideales nobles, a un mundo de locura en el que cualquier acto de
terror tiene justificación.
Hay
un conjunto de valores y derechos que son irrenunciables para el ser
humano y entre ellos se encuentra el derecho al libre albedrío y a
la vida. Todos tenemos la obligación de exigirlos y disfrutar de
ellos. Nadie puede subrogarse para él mismo el valor de ser por
propia decisión juez y verdugo.
Los
atentados de los últimos días no me han producido sólo rabia y un
estado de impotencia para que, de una vez por todas, se puedan zanjar
las diferencias que nos hacen a los humanos lobos hambrientos e
insaciables con la sangre de los componentes de nuestra propia
camada. Me han producido más bien asombro y estupor.
La
diferencia radical entre los seres irracionales y nosotros es la
razón que nos permite hacer uso del razonamiento. Lo difícil es
admitir que la razón ha sido suplantada por la sinrazón cuando
nuestros razonamientos que esgrimimos a bombo y platillo no tienen
base y se caen por su propio peso. Nadie puede ni podrá justificar
nunca una campaña que tenga como origen la imposición violenta de
unas creencias. Y si la violencia esgrimida tiene como desenlace la
muerte propia o ajena estará sobradamente justificado el rechazo
hacia tales prácticas y la condena unánime de todo el género
humano.
Porque,
al menos para mí, no me resulta válido ese aforismo que nuestro
ilustre Cervantes pone en boca de Don Quijote : “la razón de la
sinrazón que a mi razón se hace”. Que siendo originales de
Feliciano de Silva deberíamos parafraseárlo, como el propio Silva
hace, llegando a la conclusión de que esa sinrazón “mi razón
enflaquece”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario