Los humanos somos
bastante elementales. Yo diría que demasiado elementales. Si nos
comparamos con otras especies a las que consideramos menos
inteligentes notoriamente estamos en desventaja.
En el aspecto sensorial
no disponemos de sentidos tan agudos como puede ser la vista de un
azor o de un águila, el oído de un gato o el olfato de un perro.
Estos sentidos los tenemos menos desarrollados. Puede ser que, al
disponer de otro tipo de inteligencia, la agudeza de los sentidos más
elementales se nos han atrofiado o no se han desarrollado del mismo
modo que en animales depredadores como los felinos o los cánidos
porque de esa agudeza depende su alimentación y supervivencia.
La asociación
establecida entre los diferentes componentes de una manada de lobos
está orientada, principalmente, a la conservación de sus
componentes, el cuidado de sus cachorros y el reparto de las
diferentes tareas en el momento de la caza para cada uno de los
componentes del grupo. El grupo permanece unido mientras que se le
presente el mismo conjunto de necesidades comunes. La disolución de
la manada se origina cuando el lobo alfa desaparece o se produce un
peligro que resulta insalvable para el grupo como tal.
Los leones se agrupan por
motivos similares y la jerarquía se establece entre el macho
dominante, las hembras de la manada y el cuidado de los cachorros
salvaguardados de los machos por el grupo de las hembras hasta que
llega el momento de la disputa del liderazgo en el que el macho
perdedor se ve obligado a abandonar la manada. Cada cual tiene,
mientras dura la asociación, una ob ligación dentro del grupo que
redunda en beneficio de todos. Las hembras acosan y cazan a la presa
y el macho defiende al grupo marcando su autoridad sobre el grupo y
sobre el territorio en el conviven.
Las aves establecen su
pacto de relación entre las parejas cuando llega la época del celo
y hasta que termina la incubación de los huevos de las nuevas crías
y hasta que llega el momento en que esas crías se independizan.
Se establece entre el
conjunto de las aves migratorias el agrupamiento para permanecer en
una zona hasta que llega el momento de iniciar la emigración hacia
otro lugar, siendo ese momento en el que se determina de manera
insoslayable la labor del jefe de la bandada que se encarga de
dirigir y hacerse cargo del traslado del grupo.
Y así sucede en el mundo
de los primates entre los que se consiguen verdaderos vínculos muy
duraderos entre los componentes de cada uno de los miembros de una
familia respetando el orden según las normas tácitamente
establecidas por el grupo de elementos más antiguos de cada familia.
Tienen regulados hasta sus instintos más básicos defendiendo cada
miembro su sitio y salvaguardándolo de quienes quieran inmiscuirse
en las relaciones de la pareja.
La naturaleza nos da
ejemplos suficientes del modo en que instintivamente se respetan los
pactos sociales establecidos.
Sus pactos se basan en
una estructura sumamente sencilla sin ningún tipo aparente de
complejidad y de una fortaleza en sus vínculos dificilmente
modificable.
Sin embargo nosotros, los
humanos, somos bastante diferentes. En nuestras relaciones sociales
hemos establecido unas redes demasiado complejas y demasiado
frágiles. Puede ser que la propia complejidad las haya hecho
quebradizas. Grupos como las familias que eran hasta hace pocas
décadas de una cohesión y unidad inquebrantables, en el momento
actual se rompen fácilmente por lo quebradizo de los lazos que unen
a sus componentes o, si no se rompen, se debilitan con suma
facilidad. Los hijos a los que les es o les ha sido posible en años
anteriores, se separan de la familia lo antes que pueden por ese
afán, por otra parte justificable, de independizarse. La práctica
de esa independencia obliga a las parejas a establecer un conjunto de
pactos en sus relaciones tanto económicas como amorosas e íntimas.
Y esos pactos se establecen sin que exista ninguna clausula en la que
se especifique la duración del mismo. En el matrimonio a la antigua
usanza se establecía esa condición de cumplimiento del pacto. Al
sacralizar el pacto, la iglesia consideró que la indisolubilidad era
una condición indispensable para establecer el estado matrimonial.
Claro que esta condición podían saltársela a la torera aquellos
que justificasen que su pacto no había sido válido al no haberse
consumado el vínculo o por cualquier otra razón o triquiñuela que
un abogado bien pagado pudiera esgrimir como verdadera y coherente
ante el Tribunal de La Rota. No entro ni siquiera a sugerir la
conveniencia o los inconvenientes que ha producido o puede producir
el cumplimiento de la norma. Y como siempre se tiende a elegir del
mal el menor, resulta bastante razonable que las parejas actuales
pasen por alto esa norma.
La indisolubilidad supone un esfuerzo
diario de comprensión y compromiso que resulta difícil cumplir
cuando cada uno de los componentes de la pareja tiene unas miras
laborales o vocacionales y estas miras para realizarlas obligan a
someterse a unas reglas y normas que no suelen haber sido diseñadas
para ejecutarlas en un estado de pareja con obligaciones ajenas al
entorno laboral. Priva lo particular sobre los motivos comunes y es
razonable que el pacto y el vínculo sea quebradizo y se rompa cuando
lo particular puede verse amenazado.
Es muy posible que este
hecho suceda con frecuencia en el mundo de las relaciones de pareja
por el mismo motivo por el que resultan siempre más llevaderos los
propios intereses y defectos que los de quienes comparten con
nosotros un modo de vida que, al principio de la relación, fue común
porque comunes eran también las miras de ambos y las ilusiones y
proyectos que parecía iban a ser el motivo más importante de la
convivencia.
La libertad de elección
es la que a los humanos, con nuestro libre albedrío y libertad de
decisión, nos dirige socialmente. Nos hace, es de suponer, más
coherentes y nos permite convencernos a nosotros mismos de la
idoneidad de nuestras decisiones.
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