jueves, 10 de diciembre de 2015

Pactos


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Los humanos somos bastante elementales. Yo diría que demasiado elementales. Si nos comparamos con otras especies a las que consideramos menos inteligentes notoriamente estamos en desventaja.
En el aspecto sensorial no disponemos de sentidos tan agudos como puede ser la vista de un azor o de un águila, el oído de un gato o el olfato de un perro. Estos sentidos los tenemos menos desarrollados. Puede ser que, al disponer de otro tipo de inteligencia, la agudeza de los sentidos más elementales se nos han atrofiado o no se han desarrollado del mismo modo que en animales depredadores como los felinos o los cánidos porque de esa agudeza depende su alimentación y supervivencia.
La asociación establecida entre los diferentes componentes de una manada de lobos está orientada, principalmente, a la conservación de sus componentes, el cuidado de sus cachorros y el reparto de las diferentes tareas en el momento de la caza para cada uno de los componentes del grupo. El grupo permanece unido mientras que se le presente el mismo conjunto de necesidades comunes. La disolución de la manada se origina cuando el lobo alfa desaparece o se produce un peligro que resulta insalvable para el grupo como tal.
Los leones se agrupan por motivos similares y la jerarquía se establece entre el macho dominante, las hembras de la manada y el cuidado de los cachorros salvaguardados de los machos por el grupo de las hembras hasta que llega el momento de la disputa del liderazgo en el que el macho perdedor se ve obligado a abandonar la manada. Cada cual tiene, mientras dura la asociación, una ob ligación dentro del grupo que redunda en beneficio de todos. Las hembras acosan y cazan a la presa y el macho defiende al grupo marcando su autoridad sobre el grupo y sobre el territorio en el conviven.
Las aves establecen su pacto de relación entre las parejas cuando llega la época del celo y hasta que termina la incubación de los huevos de las nuevas crías y hasta que llega el momento en que esas crías se independizan.
Se establece entre el conjunto de las aves migratorias el agrupamiento para permanecer en una zona hasta que llega el momento de iniciar la emigración hacia otro lugar, siendo ese momento en el que se determina de manera insoslayable la labor del jefe de la bandada que se encarga de dirigir y hacerse cargo del traslado del grupo.
Y así sucede en el mundo de los primates entre los que se consiguen verdaderos vínculos muy duraderos entre los componentes de cada uno de los miembros de una familia respetando el orden según las normas tácitamente establecidas por el grupo de elementos más antiguos de cada familia. Tienen regulados hasta sus instintos más básicos defendiendo cada miembro su sitio y salvaguardándolo de quienes quieran inmiscuirse en las relaciones de la pareja.
La naturaleza nos da ejemplos suficientes del modo en que instintivamente se respetan los pactos sociales establecidos.
Sus pactos se basan en una estructura sumamente sencilla sin ningún tipo aparente de complejidad y de una fortaleza en sus vínculos dificilmente modificable.
Sin embargo nosotros, los humanos, somos bastante diferentes. En nuestras relaciones sociales hemos establecido unas redes demasiado complejas y demasiado frágiles. Puede ser que la propia complejidad las haya hecho quebradizas. Grupos como las familias que eran hasta hace pocas décadas de una cohesión y unidad inquebrantables, en el momento actual se rompen fácilmente por lo quebradizo de los lazos que unen a sus componentes o, si no se rompen, se debilitan con suma facilidad. Los hijos a los que les es o les ha sido posible en años anteriores, se separan de la familia lo antes que pueden por ese afán, por otra parte justificable, de independizarse. La práctica de esa independencia obliga a las parejas a establecer un conjunto de pactos en sus relaciones tanto económicas como amorosas e íntimas. Y esos pactos se establecen sin que exista ninguna clausula en la que se especifique la duración del mismo. En el matrimonio a la antigua usanza se establecía esa condición de cumplimiento del pacto. Al sacralizar el pacto, la iglesia consideró que la indisolubilidad era una condición indispensable para establecer el estado matrimonial. Claro que esta condición podían saltársela a la torera aquellos que justificasen que su pacto no había sido válido al no haberse consumado el vínculo o por cualquier otra razón o triquiñuela que un abogado bien pagado pudiera esgrimir como verdadera y coherente ante el Tribunal de La Rota. No entro ni siquiera a sugerir la conveniencia o los inconvenientes que ha producido o puede producir el cumplimiento de la norma. Y como siempre se tiende a elegir del mal el menor, resulta bastante razonable que las parejas actuales pasen por alto esa norma. 
La indisolubilidad supone un esfuerzo diario de comprensión y compromiso que resulta difícil cumplir cuando cada uno de los componentes de la pareja tiene unas miras laborales o vocacionales y estas miras para realizarlas obligan a someterse a unas reglas y normas que no suelen haber sido diseñadas para ejecutarlas en un estado de pareja con obligaciones ajenas al entorno laboral. Priva lo particular sobre los motivos comunes y es razonable que el pacto y el vínculo sea quebradizo y se rompa cuando lo particular puede verse amenazado.
Es muy posible que este hecho suceda con frecuencia en el mundo de las relaciones de pareja por el mismo motivo por el que resultan siempre más llevaderos los propios intereses y defectos que los de quienes comparten con nosotros un modo de vida que, al principio de la relación, fue común porque comunes eran también las miras de ambos y las ilusiones y proyectos que parecía iban a ser el motivo más importante de la convivencia.
La libertad de elección es la que a los humanos, con nuestro libre albedrío y libertad de decisión, nos dirige socialmente. Nos hace, es de suponer, más coherentes y nos permite convencernos a nosotros mismos de la idoneidad de nuestras decisiones.

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