A mí siempre me ha
motivado el tema de la Navidad. Puede ser que esa motivación se
llevara a cabo como un resultado inexcusable y coherente con el
entorno en el que pasé esos años que son cruciales en la formación
de un carácter, de unos gustos, de unas relaciones sociales muy
peculiares y de unas preferencias artísticas muy particulares y
exclusivas. No es que fuera de obligado cumplimiento pertenecer a un
grupo musical que me produjo multitud de satisfacciones. La Schola
Cantorum nos educaba la voz, la sensibilidad, el carácter para
poder someter nuestra personalidad individual a las necesidades del
grupo para la tesitura a la que nuestra voz se debía acoplar. Muchas
fueron las horas de dedicación a los ensayos y renuncias a momentos
de juego en los recreos a las que debíamos renunciar. Pero se
construía algo muy importante. De aquellos años existen, después
de varias décadas, excelentes amigos a los que nunca podré olvidar.
Una de las
representaciones que preparábamos con mucha dedicación y cariño
era el concierto de Navidad. En el repertorio se combinaban
villancicos tradicionales como “Campana sobre campana”, “Adeste
fideles”, “Los peces en el río” y un largo etcétera muy
diverso y enriquecedor. Pero el Villancico que a mí me enamoró y
que supuso para toda la Schola un verdadero esfuerzo fue el
villancico de Lope de Vega que os reproduzco a continuación
La niña a quien dijo el
ángel
que estaba de gracia llena
cuando de ser de Dios
madre
le cupo tan altas nuevas,
ya le mira en un pesebre
llorando lágrimas tiernas
que obligándose a ser
hombre
también se obliga a sus
penas.
¿Qué tenéis dulce
Jesús?
Le dice la niña bella
¿Tan pronto sentís mis
ojos
el dolor de la pobreza?
Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda
sino mis brazos y pechos
que os regalan y
sustentan.
No puedo más, amor mío,
porque si yo más pudiera
vos sabéis que vuestros
cielos
envidiaran mi riqueza.
El Niño recién nacido
no mueve la pura lengua
aunque es la sabiduría
de su eterno padre
inmensa.
Mas revelándole el alma
de la Virgen la respuesta
cubrió de sueño en sus
brazos
blandamente sus estrellas.
Ella entonces desatando
la voz regalada y tierna
así tuvo a su armonía
la de los cielos suspensa.
Pues andáis en las palmas
ángeles santos
que se duerme mi niño
tened los ramos
Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto
no le hagáis ruido
corred más paso
que se duerme mi Niño
tened los ramos.
El Niño divino
que está cansado
de llorar en la tierra
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto.
Que se duerme mi Niño
tened los ramos
Rigurosos yelos
le están cercando,
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.
Angeles divinos
que vais volando
Que se duerme mi Niño
tened los ramos.
Quien haya tenido la
experiencia de observar a un niño recién dormido entenderá
perfectamente la sensibilidad del poeta cuando escribió este
villancico,
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