jueves, 22 de marzo de 2012

Relatos de África (II): Tabaibas y bichos

Jueves, 22 de Marzo de 2012. En Madrid el tiempo sigue con un ambiente fresco y frío al anochecer. Debe volver a llover. Lo necesitamos. No sé a quién deberemos hacer rogativas. No lo sé pero...¡que llueva!.


Los ejercicios de orden abierto, por mucho que se pudieran repetir, siempre me produjeron cierto temor. Se nos advertía de la inocuidad de los mismos y de los nulos peligros que suponían para nuestra seguridad física. Nunca había sucedido nada, nos decían,  y no tenía por qué suceder. 
Casamata de ametralladoras
Los ejercicios se realizaban con todo el armamento de ataque que se podría necesitar si en un determinado momento debiéramos entrar en combate real. Nuestra bolsa de costado llevaba cuanto era preciso para acometer un evento que se pudiera producir en el que nos viéramos aislados sin posibilidad de escapatoria. Llevábamos latas de conservas autocalentables a base de un fondo de carburo en las latas que se necesitaban consumir calientes. Llevábamos en la misma bolsa de costado dos granadas POII de ataque para lanzarlas contra una posición enemiga si fuera preciso al iniciar el asalto. Las cananas de nuestro cinturón estaban cargadas de peines de munición para recargar el C.E.T.M.E. cuando el ataque supusiera repeler al enemigo contestando a sus disparos. 
Tabaibas

Estábamos pertrechados de todos los elementos que nos eran necesarios  para acercarnos reptando, sigilosamente, al puesto de aquel cerro en el que una ametralladora Alfa barría, desde su casamata, una buena parte del frente de combate. Sólo esperábamos, pegados a la tierra sin que nos atreviéramos apenas a respirar, el silbato del cabo jefe de pelotón que nos indicaba que el avance debía realizarse de inmediato y que, según el orden preestablecido, saltando primero el situado más a la derecha y así los siete del pelotón con intervalos de un  segundo entre uno y otro salto. Tras avanzar en zig-zag cinco pasos como máximo, debíamos volver a poner nuestro cuerpo en tierra con la mayor celeridad posible. 
Bajo monte

En uno de esos avances me encontré con algo que no esperaba y para lo que no estaba preparado porque, aunque advertido por los oficiales médicos en sus charlas de prevención de imprevistos, no pensaba que pudiera sucederme  a mí. Acababa de tirarme sobre la tierra. Sentía el dolor en los codos, las rodillas y los muslos encargados de mitigar el golpe. Miraba hacia adelante y hacia mi izquierda, casi increiblemente a la vez, esperando ver saltar de nuevo a un compañero de mi pelotón para volver a realizar un nuevo avance, cuando, a pesar del ruido producido por el tableteo de la ametralladora, pude escuchar,  con un ruidillo casi imperceptible, el movimiento sinuoso de un reptil que se acercaba hacia mí. Se trató de un acto reflejo, Ahora estoy totalmente seguro de que fue así. No me dió tiempo a esbozar estrategia o razonamiento alguno para saber cuál debía ser mi respuesta. 
Bitis (Víbora del desierto)

Bitis (detalle de la cabeza)

Como un resorte mis brazos se aferraron con más fuerza  a mi C.E.T.M.E. y trazaron un arco hacia mi derecha para aplastar, de un golpe certero, la cabeza de una víbora que tenía a escasos centímetros de mi cuello.Se trataba de una Biti (víbora del desierto) cuyo veneno producía una coagulación rápida de la sangre y una muerte segura. 

Fusil CETME

Volví a machacar su cabeza con la culata hasta ver que no se movía y tuve la sangre fría de colgármela en el cinturón del correaje para regalársela, cuando terminaron los ejercicios de las  maniobras, al teniente médico que la metió en un frasco para conservarla en fenol. No iba a morir por los disparos de la ametralladora de la cota enemiga sino por la picadura, apenas perceptible, de  los colmillos de una víbora del monte bajo de las últimas estribaciones de la cordillera africana del Atlas.
(De mis Relatos de África, aún sin publicar)

Frase del día:
"El momento, el lugar y la causa sólo Dios lo sabe)

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