martes, 10 de abril de 2012

Relatos de África (V):"Crima, lija, sidol y condones para las botas"

Cuando yo me incorporaba,
recluta, tú te reías
porque dejaba a mi novia
que era lo que más quería.
Ahora cambiaron las tornas
y el mundo gira al revés
y la novia de un recluta
con un Tirador se ve.
!Quinto peluso!, ¡No llores más!
¡Mira a tu padre, mira a tu padre
qué "LILI" está!.
 (De canciones populares de la mili)

(De Relatos de África, aún sin publicar)


Era una de las preocupaciones que nos aquejaba a algunos de los que íbamos desplazados lejos para hacer el servicio militar. No queríamos creerlo, pero pensábamos que nuestra marcha podía suponer el principio de una ruptura. Aunque no hubiera motivos. 

Aunque nuestra despedida hubiera sido de lo más cariñosa. Aunque nos hubiéramos despedido aquel cuatro de marzo con un adiós con la mano desde la ventanilla del tren que nos conducía, en un primer acercamiento, desde la estación de Atocha en Madrid 

hasta la de Santa Justa en Sevilla y con un millón de promesas de que no dejaríamos de escribirnos ni un sólo día. La verdad es que el desplazarte fuera de la península (a África en concreto) tenía su aliciente por lo que de aventura entrañaba el desplazamiento a otro continente, cruzando el charco. Además se corrían las voces de que el campamento lo íbamos a hacer en el C.I.R. (Centro de Instrucción de Reclutas) de los Rodeos en Tenerife. Y como estaba de moda ir a Canarias para pasar el Viaje de Bodas y la Luna de Miel, nos podía servir esta estancia en Tenerife para informarnos de cómo era el entorno de esas provincias isleñas y dejar establecidos los oportunos contactos en hoteles para cuando llegara el momento. ¡Qué ilusos!.
A la llegada a Sevilla, nos recogieron unos camiones del ejército para desplazarnos hasta el campamento base en el que debíamos pasar al menos una noche, como transeúntes, esperando el embarque en los aviones DC5 del ejército que nos trasladarían a Tenerife hasta el aeropuerto de Los Rodeos. Alojados en barracones, esa noche pasó el tiempo rápidamente. Fué el primer momento en que tomé contacto con la cantidad de "listillos" que suelen pulular por esos centros de reunión de reclutas novatos e inexpertos que llegaban de la península con dinerito fresco. Como muestra, este botón. Los veteranos, fueran peluqueros o no, se ofrecían por un módico precio a cortarnos el pelo antes de que llegásemos al C.I.R. porque allí "os van a dejar la cabeza como una bombilla". Y hubo quien los creyó y se gastó sus pesetillas para conservar  su melena rubia que, cuando llegamos al campamento destino, le desapareció como al resto de los soldaditos que nos habíamos ahorrado el peluquero de Sevilla. A la mañana siguiente con nuestro petate al hombro subimos a los mismos camiones que nos habían traído desde la estación para llevarnos hasta el aeropuerto de San Pablo. 


Allí nos estaban esperando majestuosos, en medio de las pistas de despegue, los imponentes DC5 del Ejército del Aire que fueron de paracaidistas del Ejercito americano. Para mí  significaba enfrentarme a mi bautismo de vuelo. Nunca había volado, yo creo, ni en los avioncitos de los tiovivos de la feria, ni siquiera en los güitomas. Se me enfrentaban la curiosidad y la prudencia. La alegría que supone experimentar una nueva experiencia y la duda de que esos monstruos del cielo fueran seguros allá en lo alto y, lo más importante, que los pilotos tuvieran la suficiente destreza para tomar tierra correctamente cuando llegara el momento. En cualquier caso ya estábamos allí dentro. Exactamente como lo había visto en las películas: los asientos de lona color caqui adosados a los laterales del fuselaje con tirantes de seguridad que nos dejaron bien pegadas las espaldas al respaldo y  una barra metálica central en la que poder acoplar las anillas del paracaídas cuando llegase el momento de saltar.  


Lo del salto no iba a ser nuestro caso. Ni teníamos paracaídas ni falta que hacía. Debíamos tomar tierra en el aeropuerto después de las cuatro horas de navegación que nos habían informado iba a durar el viaje. Comenzaron a rugir los cuatro motores de los DC5 ya cargados y a vibrar las chapas del fuselaje que parecía se iban a desvencijar. Uno detrás de otro, en fila, fuimos despegando a pequeños intervalos de tiempo entre uno y otro avión. En breves segundos estábamos en el aire. El espectáculo, para mí, fue maravilloso. Acababa de salir el sol e inundaba de luz toda la campiña andaluza reflejándose sobre las aguas del Guadalquivir.
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Cuatro horas después estábamos aterrizando. El piloto inició la maniobra de acercamiento girando trescientos sesenta grados en vuelo para coger la pista de aterrizaje de Sur hacia el Norte. Hacia el Oeste, el mar y a nuestros pies, separada apenas diez metros de la playa, la pista de aterrizaje. Yo no sabía cómo podía ser Tenerife. Lo que sabía es que era una isla y, desde el avión hacia el este,  no se veía el mar. Sólo tierra y más tierra. El comandante nos informó de que, en breves momentos íbamos a tomar tierra en el aeropuerto de Ifni. De Tenerife, ¡nada!. Nos habían engañado. Tenerife quedaría para más tarde. Para el viaje de bodas.
Tras un golpe de las ruedas al tomar contacto con el suelo y, cuando se pararon los motores al detenerse definitivamente el avión, se abrieron las compuertas de salida y uno tras otro fuimos descendiendo por la escalinata con el petate colgado al hombro para trasladarnos hasta la explanada de la entrada/salida del aeropuerto.


Allí, a pleno sol, nos sentaron en el suelo, con nuestro petate al lado, para esperar que aterrizaran el resto de los aviones del convoy. Desde el aeropuerto, hasta que subimos al C.I.R. de Ifni situado junto al Grupo de Tiradores en un altozano alejado de la ciudad, no dejaron de perseguirnos por los senderos que eran un atajo para subir antes hasta el campamento, acompañándonos en la subida grupitos de vendedores que mostraban en sus cajas de madera colgadas al cuello por una correa los diferentes productos que nos podían interesar (tabaco, mecheros, crema para el cuero, sidol limpiametales para las hebillas de los correajes, cordones, etc.) mientras repetían sin cesar a voz en grito con ese castellano tan especial que hablan los árabes: "¡CRIMA...!, ¡ LIJA...!, ¡ SIDOL... ! Y...  ¡"CONDONES " PARA LAS BOTAS!".

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.Frase del día:
"Si alguna vez te vistes de militar, aunque sea haciendo teatro, llegarás a creerte general"





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