viernes, 27 de julio de 2012

De jilgueros, novillos y escarchas (I)

(Extracto de mi novela "Sinfonía en Re...cuerdos de mi niñez") Aun sin publicar


El frío ha dejado ya de ser ese impertinente compañero de todos mis inviernos, de todos mis caminos y veredas, de mis barbechos de sembrados de cebada o avena, de las huellas de las caballerías y sus carros sobre el barro o polvo de mis calles, de los raíles chirriantes y rítmicos por los emplames sin soldar de la cercana línea del tranvía, durante estos últimos meses de los años cuarenta. Actualmente mis vecinos apenas si necesitan de jerseys, de guantes, de gabanes o de bufandas para protegerse de las inclemencias del tiempo. El clima, en estos años que están tocando con las manos el umbral del tercer milenio, es mucho más suave, con raros días en los que excepcionalmente la temperatura puede acercarse a los cero grados o se puede disfrutar del inmaculado manto de una solemne nevada cubriendo mis tejados. Es cierto que climáticamente he cambiado. A mí me gusta el cambio a pesar de resultarme menos íntimo, más impersonal y mucho más monótono.
Las mañanas del mes de noviembre de la población escolar de los barrios limítrofes superpoblados y encerrados en viviendas de varias plantas son actualmente, en los días lectivos, definitivamente iguales. Les despierta, haciendo añicos todos sus sueños, el mismo electrónicamente antipático sonido del radio-despertador de la mesilla de noche. Les arropa el mismo calor eléctrico del aire acondicionado o de los radiadores de la calefacción unifamiliar de gas natural Les sugiere presteza al levantarse la misma voz de uno de sus progenitores, mezcla de sueño, dulzura y cierta fingida autoridad. Se asean rápido, se visten rápido, desayunan rápido y salen al rellano de la escalera rápidamente para acaparar el ascensor que les baje rápido hasta la entrada del portal evitando el saludable ejercicio de bajar, andando, los tramos de escalera que les separa desde la planta de su vivienda hasta la calle.
Antes se hacía alarde de imaginación para levantarse, restregarse la cara y los ojos con una toalla húmeda, desayunar, tomarse el tiempo suficiente para recoger la mochila con la única enciclopedia en que aprender, el único cuaderno en que escribir y el único lapicero con que garabatear sobre ese único cuaderno.
Los demás, los de ahora, pueden haber perdido esa imperiosa necesidad de disfrutar de lo pequeño, de lo común, de lo insignificante, pero mis niños, los de entonces y los de ahora, la descubrían y la descubren diariamente. Hasta esa pícara aventura que suponía faltar a la escuela para hacer “novillos”, se les ha negado a las generaciones actuales en sus primeros años de enseñanza porque, irremisiblemente, van acompañados por el abuelo, la abuela, el vecino o el familiar, obligatoriamente desocupado, hasta la misma puerta del patio del centro escolar que el bedel cierra cuando profesores y alumnos ya están dentro y que no vuelve a abrir hasta que pasan a recogerlos. Los míos, los que vivían en mis casas, se desplazaban sólos disponiendo siempre de esa oportunidad endiabladamente apetecible de una mañana de “novillos”…

Al final de los años cuarenta, una mañana de noviembre podía resultar una mañana memorable. Aquélla tenía todos los visos de serlo. Para mí fue totalmente distinta.
Nos habíamos reunido el día anterior los amigos de siempre alrededor de una fogata en la que se quemaban las ramas arrancadas de un chopo alto y reseco, ya sin hojas, que sobresalía por encima de las tapias del Torreón. El corro que formábamos todas las tardes en torno al fuego, con el trozo de pan y la onza de chocolate como merienda más habitual, era de los más divertido. Cada cual tenía su propia manera de amenizarlo. Las historietas de Luis, los chistes verdes de Esteban, las ideas no siempre descabelladas de Angel y Juan, las tremendas ganas de Tomasín de emular a los guerreros de los comics, y mis propias ilusiones, con bastante frecuencia irrealizables, eran la base de nuestra tertulia en la que, la mayoría de las veces, surgía algún que otro proyecto que el más estricto moralista habría tachado de inmoral.
La "mora" que está muy buena y se deja- comentaban Luis y el "Titi" refiriéndose a una chiquilla de tez morena treceañera de senos ya prominentes.
Atardecía por el oeste y comenzaba a sentirse ya el frío descolgándose de los cielos amoratados del horizonte cercano, limitado por los tejados de las últimas casas de la calle Murias. Muy pronto comenzaríamos a escuchar las voces de nuestros familiares que nos llamaban para que nos recogiéramos en casa.
•  ¡ Tomasíííínnn…!
•  ¡Luis…!
•  ¡Juanitoooo…!
•  …
Como siempre hacíamos oídos sordos las primeras veces que nos llamaban, podíamos terminar de planear la idea que se le había ocurrido a Angel, uno de “los mellis”. Me resultaba fascinante.

“Los mellis” ya lo habían hecho alguna vez con sus hermanos mayores y por la misma razón debían ser ellos quienes comandaran la expedición, eligiendo el emplazamiento, la hora adecuada y el momento más idóneo para partir. Además nos debían proporcionar toda la infraestructura que la idea precisaba al ser los únicos poseedores de esos enseres. Sin ellos era imposible, siquiera, intentarlo.
El día siguiente, lunes, se determinó como el más adecuado. Topábamos con un inconveniente: que los lunes había clase y Juanito, Angel y yo debíamos asistir o justificar de alguna manera la falta de asistencia porque, de no ser así, peligraba nuestra permanencia en la escuela. Siempre se podía esgrimir como excusa cualquier afección de garganta, cosa bastante frecuente en mí, siempre que fuese firmada por algún familiar. Deberíamos pensar en quién querría firmárnosla aunque, en el peor de los casos, podía ser cualquiera de nosotros que tuviese una caligrafía no necesariamente gótica. Tomasín no estaba muy de acuerdo con la fecha porque le iba a resultar imposible zafarse de la compañía de su madre a la que el colegio le pillaba de camino hacia su trabajo y casi siempre le dejaba en la misma puerta.

•  Conmigo, casi ni contéis. Sería una verdadera casualidad que el lunes me dejasen ir sólo - nos advirtió.

(...continuará)


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